18 DE NOVIEMBRE 2016
Luisa a San Annibale di Francia:
Después de la
primera edición de Las Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en 1915,
Luisa le escribió a San Annibale di Francia que se sentía movida a añadir
algunas cosas en esta hora de la crucifixión.
La carta que
le escribió decía así: « ...En la hora de la crucifixión, casi al final, se
dice que Jesús, mientras estaba sobre la cruz, su alma estaba en el cielo con
su Divino Padre, y yo lo sigo con el pensamiento hasta el cielo y junto con él
trato de desarmar a la divina justicia, tan irritada en estos tiempos; (...)
por lo que a mí me parece que Jesús, mi Señor, me mueve a escribir dicho
ejercicio... »
Ella misma
explica lo añadido: « En esta hora, Jesús sobre la cruz, resume toda su vida,
desde el primer instante de su encarnación hasta su último respiro; le da
cumplimiento a todo dándole las gracias a su Divino Padre por todo el bien que
ha podido hacer por todas las criaturas, como también por todos sus
sufrimientos. Lo glorifica, implora, repara; en una palabra, vuelve a hacer
todo junto lo que había hecho durante su vida. Ahora bien, el alma, haciendo
eco a todo lo que hace Jesús, comienza también ella, desde el primer instante
de la encarnación de Jesús, hasta el último momento de su vida, a darle gracias
por todo lo que ha hecho; y puesto que la ingratitud de la criatura es tanta y
más que nunca se muestra ingrata al recibir los beneficios que Dios le da, el
alma trata también de hacer todo en modo completo. ES POR ESTO QUE EN ESTA HORA SE REPITE TODA LA VIDA DE
JESUCRISTO Y SE TRATA DE REUNIR TODA CLASE DE REPARACIONES ».
« Entre tantas almas ¿no podrá haber
alguna que quiera mostrar este heroísmo de amor a Jesús? »
Y en otra
carta del 7 de octubre de 1915 añade:
« LA FINALIDAD DE ESTA HORA ES
LA DE DESARMAR A LA DIVINA JUSTICIA.
Si en las
otras horas se repara, se bendice, se pide perdón, etc., en ésta se le desarma
y se le aplaca. Y el alma, elevándose entre el cielo y la tierra, tal como lo
hizo Jesús mismo, mira a la divina justicia y trata de aplacarla, y mira a la
criatura y trata de conducirla nuevamente a Dios, haciendo exactamente lo que
hace Jesús; y es tan grande la complacencia divina, que Jesús espera como con
ansia que se haga, porque siente como un alivio al ver que una criatura,
elevándose de la tierra, está llena de interés por salvar a sus propios
hermanos; de manera que cuando su justicia se enciende, busca un refugio, un
lugar donde protegerse en esta alma que quiere hacer suyas sus penas e incluso
a las mismas almas y que lo invita y lo fuerza a no destruir a la pobre
humanidad… »
Santa
Hora que tiene poder para
desarmar La Justicia Divina
PREPARACIÓN PARA ANTES DE CADA HORA.
¡Oh, Señor mío Jesucristo!, postrado ante tu divina
presencia, suplico a tu amorosísimo Corazón que quiera admitirme a la dolorosa
meditación de las 24 Horas de tu Pasión, en las que por amor nuestro quisiste
sufrir tanto en tu cuerpo adorable y en tu alma santísima, hasta llegar a la
muerte de cruz. ¡Ah!, ayúdame, dame tu gracia, amor, profunda compasión y entendimiento
de tus padecimientos, mientras medito la hora.
Y por aquellas horas que no puedo meditar, te ofrezco
la voluntad que tengo de meditarlas, y es mi intención meditarlas durante todas
aquellas horas en las que estoy obligado a ocuparme de mis deberes o a dormir.
Acepta, ¡oh misericordioso Jesús mío, Señor!, mi amorosa intención, y haz que
sea de provecho para mí y para muchos como si efectivamente hiciera santamente
todo lo que quisiera practicar.
Te doy gracias, ¡oh Jesús mío!, por haberme llamado a
unirme a ti por medio de la oración; y para complacerte todavía más, tomo tus
pensamientos, tu lengua, tu Corazón y con ellos quiero orar, fundiéndome del
todo en tu Voluntad y en tu amor; y extendiendo mis brazos para abrazarte,
apoyo mi cabeza sobre tu Corazón y empiezo..
De las 11 a las 12 de la mañana
La Crucifixión De Jesús.
Jesús, Madre
mía, vengan a escribir junto conmigo, préstenme sus manos santísimas para que
escriba únicamente lo que a ustedes más les agrade y lo que ustedes quieran.
Jesús, Amor
mío, te encuentras despojado de tus vestiduras; tu cuerpo santísimo está tan
destrozado, que pareces un cordero desollado. Veo que tiemblas de los pies a la
cabeza y no pudiendo mantenerte en pie, mientras tus enemigos te están
preparando la cruz, tú caes por tierra sobre ese monte. Bien mío y Todo mío,
siento que se me rompe el corazón por el dolor al ver cómo tu sangre diluvia
por todo tu santísimo cuerpo y cómo estás cubierto de llagas de la cabeza a los
pies.
JESÚS
ES CORONADO DE ESPINAS POR TERCERA VEZ
Tus enemigos,
cansados, pero no satisfechos, al despojarte de tus vestiduras te han arrancado
la corona de espinas de tu santísima cabeza con indecible dolor, y luego te la
han vuelto a clavar causándote dolores inauditos traspasando con nuevas heridas
tu santísima cabeza. ¡Ah!, tú reparas la perfidia y la obstinación del pecado
especialmente de soberbia. Jesús, me doy cuenta que si el amor no te hiciera
querer llegar hasta lo más alto, tú ya hubieras muerto por la atrocidad del
dolor que sufriste en esta tercera coronación de espinas. Mas veo que ya no
puedes soportar el dolor y con tus ojos cubiertos de sangre buscas para ver si
al menos hay uno que se acerque a ti para sostenerte en tanto dolor y
confusión.
Dulce Bien
mío, Vida mía, aquí no estás solo como en la noche de tu pasión en el huerto;
se encuentra aquí tu Madre Santísima, que con el Corazón deshecho sufre tantas
muertes por cuantas son tus penas. ¡Oh Jesús!, también está aquí la amante
Magdalena, que parece enloquecida por motivo de tus penas y el fiel Juan que
parece que se ha quedado mudo por la fuerza del dolor de tu pasión. Este es el
monte de los amantes, no podías estar aquí solo. Pero dime, Amor mío, ¿quién
quisieras tú que te sostuviera en tanto dolor? ¡Ah!, permíteme que sea yo quien
te sostenga. Soy yo quien tiene más necesidad que todos. Tu querida Madre y los
demás me ceden el puesto y yo, ¡oh Jesús!, me acerco a ti, te abrazo y te pido
que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas sentir tus espinas. Quiero
poner mi cabeza junto a la tuya, no solamente para sentir tus espinas, sino
también para lavar con tu preciosísima sangre todos mis pensamientos, para que
puedan estar todos en acto de repararte cualquier ofensa de pensamiento que
cometan las criaturas. ¡Oh Amor mío!, estréchate a mí que quiero besar una por
una todas las gotas de sangre que diluvian sobre tu rostro santísimo; y
mientras una por una las adoro, te suplico que cada gota de tu sangre sea luz
para cada mente creada, para hacer que ni una de ellas te ofenda con malos
pensamientos.
Pero mientras
te tengo abrazado y apoyado a mí, te miro, oh Jesús, y veo que estás viendo la
cruz que tus enemigos te están preparando, y oyes los golpes que le dan para
hacer los agujeros en los que te clavarán. ¡Oh Jesús!, siento que tu Corazón
late violentamente y casi con gozo, anhelando ardientemente ese lecho, para ti
el más deseado, aunque con dolor indescriptible, por medio del cual sellarás en
ti la salvación de nuestras almas; y te oigo decir:
«
Amor mío, cruz amada, mi precioso lecho: tú has sido durante toda mi vida mi
martirio y ahora eres mi descanso; ¡oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos!
Estoy esperando con impaciencia. Cruz santa, en ti le daré cumplimiento a todo.
¡De prisa, de prisa, haz que se cumplan mis ardientes deseos que hacen que me
consuma por darles vida a las almas, vida que llevará tu sello, oh cruz! ¡Ah,
no tardes más, que con ansia espero extenderme sobre ti, para abrirles el cielo
a todos mis hijos y cerrar el infierno! ¡Oh cruz, es cierto que tú eres mi batalla,
pero también eres mi victoria y mi triunfo completo, y en ti les concederé a
mis hijos abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas! ».
Pero, ¿quién
podría decir todo lo que Jesús le dice a la cruz?
Y mientras
Jesús se desahoga con la cruz, sus enemigos le mandan que se extienda sobre
ella y él obedece inmediatamente, para reparar por nuestras desobediencias.
Amor mío,
antes de que te extiendas sobre la cruz, déjame que te estreche más fuerte a mi
corazón y que te dé, y tú también a mí, un beso. Mira Jesús, yo no quiero
dejarte; quiero extenderme yo también sobre la cruz para quedar clavado junto
contigo. El verdadero amor no puede soportar ninguna clase de separación. Tú
perdonarás la audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificado contigo.
Mira, tierno
Amor mío, no solamente soy yo quien te lo pide, sino también tu dolorosa Madre,
la inseparable Magdalena, tu predilecto Juan; todos te dicen que les sería más
fácil soportar el quedar crucificados contigo, que solamente asistir y verte
crucificado a ti solo. Por eso, unido a ti, me ofrezco al Eterno Padre,
unificado a tu Voluntad, a tu mismo amor, a tus reparaciones, a tu Corazón y a
todas tus penas.
¡Ah!, parece
que mi adolorido Jesús me dice:
«
Hija mío, has previsto mi amor; esta es mi Voluntad: ¡Que todos los que me aman
queden crucificados conmigo! ¡Ah, sí, ven tú también a extenderte junto conmigo
sobre la cruz; te haré vida de mi vida y serás para mí el predilecto de mi
Corazón! ».
LA
CRUCIFIXIÓN
Dulce Bien
mío, ya te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos, quienes tienen en sus
manos los clavos y el martillo que usarán para clavarte, pero los miras con
tanto amor y dulzura, que como que los invitas dulcemente a que te crucifiquen
de inmediato. Y ellos, aunque con gran repugnancia, te sujetan con ferocidad
inhumana la mano derecha, ponen el clavo y a golpes de martillo hacen que salga
por el otro lado de la cruz; pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres,
¡oh Jesús mío!, que estás temblando: la luz de tus ojos se eclipsa, tu rostro
santísimo se pone lívido y pálido...
Diestra
bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y por todos.
Por cuantos fueron los golpes que recibiste, tantas almas te pido que liberes
en este momento de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre
derramaste, tantas almas te ruego que laves en tu preciosísima sangre; y por el
dolor atroz que sufriste, sobre todo cuando te clavaron sobre la cruz
estirándote los nervios de los brazos, te ruego que les abras a todos el cielo
y que bendigas a todos; que tu bendición llame a la conversión a todos los
pecadores y a la luz de la fe a los herejes e infieles.
¡Oh Jesús mío,
dulce Vida mía!, habiéndote crucificado ya la mano derecha, tus enemigos, con
inaudita crueldad, toman la mano izquierda y te la jalan tanto, para hacer que
llegue al agujero que ya habían empezado, que sientes que se te dislocan las
articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia del dolor tus
piernas convulsionan y se contraen.
Mano izquierda
de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias; te ruego que
por esos golpes y por los dolores que sufriste cuando te la atravesaron con el
clavo, me concedas en este momento que tantas almas puedan emprender el vuelo
del purgatorio al cielo; y por la sangre que derramaste te suplico que extingas
las llamas que atormentan a estas almas y que sea para todas refrigerio y baño
saludable que las purifique de toda mancha disponiéndolas a la visión
beatífica.
Amor mío y
Todo mío, por el agudo dolor que sufriste cuando te clavaron la mano izquierda,
te ruego que les cierres el infierno a todas las almas y que contengas los
rayos de la divina justicia, que por desgracia está tan irritada a causa de
nuestras culpas. ¡Ah, Jesús!, haz que este clavo sea en tu mano izquierda la
llave que le cierre para siempre la puerta a la divina justicia, para hacer que
ya no lluevan sus flagelos sobre la tierra y que al mismo tiempo abra los
tesoros de tu divina misericordia en favor de todos. Por eso te suplico que nos
estreches entre tus brazos.
Parece que ya
has quedado inmóvil para todo, quedando nosotros libres para poder hacerte todo
lo que queramos. Por eso pongo en tus manos el mundo entero y a todas las
generaciones humanas, y te ruego Amor mío, con la voz de tu misma sangre, que
no le niegues a nadie el perdón y, por los méritos de tu preciosísima sangre,
te pido la salvación y la gracia divina para todos, sin excluir a nadie, ¡oh
Jesús mío! Amor mío, Jesús, tus enemigos no están satisfechos todavía; con
ferocidad diabólica cogen tus santísimos pies, siempre incansables en busca de
almas y, así como estaban, contraídos por la fuerza del dolor de las manos,
tiran de ellos tan fuertemente que quedan descoyuntadas las rodillas, las
costillas y todos los huesos de tu pecho. Mi corazón no puede resistir, oh Bien
mío, al ver que por la vehemencia del dolor, tus hermosos ojos eclipsados y
cubiertos de sangre se ponen en blanco, tus labios lívidos e hinchados por los
golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, tus dientes tiemblan terriblemente,
el pecho te sofoca, y tu Corazón, por la tensión tan grande con la que han sido
estirados tus manos y tus pies, sufre violentas convulsiones... ¡Amor mío, con
cuántas ganas me pondría yo en tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero
extenderme sobre todos tus miembros, para darte por todos alivio, para darte un
beso, un consuelo, una reparación por todo.
Jesús mío, veo
que te colocan un pie sobre el otro y te los atraviesan con un clavo, por
añadidura sin punta. ¡Ah!, permíteme que mientras el clavo te atraviesa los
pies, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes para que sean luz de
los pueblos, especialmente a quienes no conducen una vida buena y santa; y en
tu pie izquierdo déjame poner a todos los pueblos, para que reciban la luz de
parte de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y que así como te
atraviesa los dos pies, traspase a los sacerdotes y a los pueblos, para que
unos y otros no puedan separarse de ti.
¡Oh Jesús!,
beso tus pies santísimos, los compadezco, los adoro y les doy gracias por los
dolores tan atroces que sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos
tus huesos; y por la sangre que derramaste, te suplico que encierres a todas
las almas en tus llagas. No desdeñes a nadie, ¡oh Jesús! Que tus clavos
crucifiquen nuestras potencias para que no se separen de ti; nuestro corazón,
para que quede siempre y solamente fijo en ti; que todos nuestros sentimientos
queden clavados con tus clavos para que no tomen gusto alguno que no provenga
de ti.
¡Oh
crucificado Jesús mío!, te veo todo ensangrentado como nadando en un mar de
sangre, y estas gotas de sangre no hablan más que de almas; es más, en cada una
de estas gotas de sangre veo presentes a las almas de todos los siglos; así que
a todos nos contenías en ti, ¡oh Jesús! Por eso, por la potencia de esta sangre
te pido que jamás vuelva a huir nadie de ti.
¡Oh Jesús
mío!, terminando los verdugos de clavarte los pies, yo me acerco a tu Corazón;
me doy cuenta de que ya no puedes más, pero tu amor grita más fuerte:
« ¡Quiero más
penas! ».
Jesús mío,
abrazo tu Corazón, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y
por todos. ¡Oh Jesús!, quiero apoyar mi cabeza sobre tu Corazón para sentir lo
que sufres en tu crucifixión. ¡Ah!, siento que cada golpe de martillo repercute
en tu Corazón, que es el centro de todo: por él empiezan todos tus dolores y en
él terminan. ¡Ah!, si no fuera porque esperas la lanza que debe traspasarte el
Corazón, ya las llamas de tu amor y tu sangre que hierve en torno a él se
hubieran hecho camino y ellas mismas te lo habrían traspasado. Esta sangre y
estas llamas llaman a las almas amantes para que hagan su feliz morada en tu
Corazón; y yo, ¡oh Jesús!, por amor a este Corazón y por tu sacratísima sangre,
te pido, te suplico por la santidad de las almas que te aman. ¡Oh Jesús, no las
dejes salir jamás de tu Corazón! Y con tu gracia, multiplica las vocaciones de
almas víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. Tú quisieras darles un
lugar especial en tu Corazón a estas almas amantes: haz que jamás vayan a
perderlo.
¡Oh Jesús!,
que las llamas de tu Corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me
embellezca, que tu amor me tenga siempre clavado al amor con el dolor y la
reparación.
¡Oh Jesús mío!,
los verdugos, después de haberte clavado las manos y los pies en la cruz, la
voltean para remachar los clavos y te obligan a que toques con tu divino rostro
la tierra ensangrentada con tu propia sangre y con tu boca divina le das un
beso. Con este beso, ¡oh Amor mío!, quieres besar a todas las almas y
vincularlas a tu amor, sellando su salvación. ¡Oh Jesús!, déjame tomar tu
lugar, y mientras los verdugos remachan los clavos, haz que estos golpes me
hieran también a mí y que me crucifiquen totalmente a tu Amor.
Jesús mío,
pongo mi cabeza en la tuya y mientras las espinas se van hundiendo cada vez más
en tu cabeza, quiero ofrecerte, dulce Bien mío, todos mis pensamientos, para
que como besos llenos de amor te consuelen y mitiguen el dolor que te causan
las espinas.
¡Oh Jesús!,
pongo mis ojos en los tuyos y veo que tus enemigos todavía no están satisfechos
de tantos insultos y burlas, y yo quiero consolar tus miradas divinas con mis
miradas de amor.
Pongo mi boca
en la tuya, ¡oh Jesús! Tu lengua ya casi está pegada al paladar por la amargura
de la hiel y por la sed abrasadora; y para aplacar tu sed, ¡oh Jesús mío!,
quisieras que todos los corazones de las criaturas estuvieran rebosantes de
amor; y no teniéndolos te consumes cada vez más por ellos. Dulce Amor mío,
quiero ofrecerte ríos de amor, para mitigar de algún modo la amargura de tu sed
ardiente.
¡Oh Jesús
mío!, pongo mis manos en las tuyas; veo que en cada movimiento que haces, las
llagas de tus manos se van abriendo cada vez más y más, y el dolor se hace más
intenso y amargo. Amado Bien mío, quiero ofrecerte todas las obras santas de
las criaturas para confortar y endulzar de algún modo la amargura de tus
llagas.
¡Oh Jesús!,
pongo mis pies en los tuyos. ¡Cuánto sufres! Todos los movimientos de tu
sacratísimo cuerpo parecen repercutir en los pies y nadie está cerca de ti para
socorrerte y mitigar de algún modo la acerbidad de tus dolores. ¡Oh Jesús mío!,
quisiera girar por todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, tomar
todos los pasos de las criaturas y ponerlos en los tuyos para sostenerte y
darte alivio, antes bien oh Jesús mío, quiero poner todos los pasos del Eterno
en los tuyos para así poder darle un verdadero alivio a tu divina persona.
¡Oh Jesús
mío!, pongo mi corazón en el tuyo. ¡Pobre Corazón, cómo está destrozado! Si
mueves los pies, sientes como que te arrancan los nervios de la punta de tu
Corazón; si mueves las manos, los nervios de los dos lados de tu Corazón quedan
peor que si te los jalaran con clavos; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca
del Corazón te sangra y vuelves a sentir toda la crucifixión. ¡Oh Jesús mío!, ¿cómo
podré confortar tanto dolor? Me difundiré en ti, pondré mi corazón en el tuyo,
mis deseos en los tuyos que son ardientísimos, para destruir los malos deseos
de las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, para que con tu fuego se
enciendan todos los corazones de las criaturas y se destruyan los amores
profanos; me difundiré en tu Santísima Voluntad para poder aniquilar todo acto
maligno; y es así que tu Corazón queda confortado y yo te prometo, ¡oh Jesús!,
que de ahora en adelante me quedaré siempre clavado a tu Corazón con los clavos
de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad.
¡Oh Jesús
mío!, crucificado tú, crucificado yo en ti. No permitas que me desclave en lo
más mínimo de ti, sino que quede siempre clavado, para poder amarte y repararte
por todos, y mitigar así [el dolor] que te causan las criaturas con las
ofensas.
JESÚS
ES LEVANTADO SOBRE LA CRUZ
Jesús mío, veo
que tus enemigos levantan el pesado leño de la cruz y lo dejan caer en el hoyo
que han hecho; y tú, dulce Amor mío, quedas suspendido entre el cielo y la
tierra. Y, ¡oh!, en este solemne momento te diriges al Padre y con voz débil y
apagada le dices:
«
Padre Santo, aquí estoy, cargado de todos los pecados del mundo; no hay culpa
que no recaiga sobre mí. Por eso, ya no descargues sobre los hombres los
flagelos de tu divina justicia, sino sobre mí, tu Hijo. ¡Oh Padre!, permíteme
vincular a esta cruz a todas las almas y que implore perdón para todas ellas
con las voces de mi sangre y de mis llagas. ¡Oh Padre!, ¿no ves a qué estado me
he reducido? Por esta cruz y en virtud de estos dolores, concédeles a todos
verdadera conversión, paz, perdón y santidad ».
ORACIÓN PARA DESARMAR A LA DIVINA
JUSTICIA
¡Oh Jesús!,
mientras traspasado te encuentras sobre la cruz, tu alma ya no se halla sobre
la tierra, sino en el cielo, con tu Divino Padre, para defender y sostener la
causa de nuestras almas.
Crucificado
Amor mío, yo también quiero seguirte ante el trono del Eterno y junto contigo
quiero desarmar a la divina justicia. Hago mía tu santísima humanidad, unida a
tu Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que tú haces. Es más, permíteme
Vida mía, que mis pensamientos corran en los tuyos, mis latidos en tu Corazón y
todo mi ser en ti, para que no vaya a dejar de hacer nada y repita todo lo que
tú haces, acto por acto, palabra por palabra.
Pero veo,
crucificado Bien mío, que tú, viendo a tu Divino Padre sumamente indignado
contra las criaturas, te postras ante él y las escondes a todas dentro de tu
santísima humanidad, poniéndonos al seguro, para que el Padre, mirándonos a
todos en ti, por amor a ti, no nos arroje de sí mismo. Y si nos mira indignado,
es porque tantas almas han desfigurado la bella imagen que él creó y no tienen
otro pensamiento que el de ofenderlo; y su inteligencia que debería ocuparse en
comprenderlo, la han convertido en una guarida en donde anidan todas sus
culpas. Y tú, oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la atención de tu Divino
Padre para que mire tu santísima cabeza coronada de espinas en medio de los más
atroces dolores, las cuales tienen en tu mente como clavadas a todas las
inteligencias de las criaturas, por las que una por una expías para satisfacer
a la divina justicia. ¡Oh, cómo todas estas espinas son como voces piadosas
que, ante la Majestad Divina, excusan todos los malos pensamientos de las
criaturas!
Jesús mío, mis
pensamientos son uno sólo con los tuyos; por eso, junto contigo, ruego,
imploro, reparo y excuso ante la Majestad Divina por todo el mal que hacen
todas las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu
misma inteligencia y que vaya recorriendo contigo las inteligencias de todas
las criaturas uniendo tu inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu
inteligencia les devuelva su inteligencia original, tal como fue creada por ti;
que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de
todas las criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno sobre todos. ¡Ah,
sí, oh Jesús mío, sé únicamente tú quién domine cada pensamiento, cada afecto y
a todos los pueblos! Rige únicamente tú todas las cosas, solamente así la faz
de la tierra, que causa horror y espanto, se renovará.
Crucificado
Jesús mío, me doy cuenta de que ves que tu Divino Padre sigue indignado, que
mira a las pobres criaturas y las ve a todas enfangadas de culpas y cubiertas
con las más repugnantes asquerosidades, tanto que hasta le da asco a todo el
cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, tanto que
casi ya no puede reconocer a la pobre criatura como obra de sus santísimas manos!
Es más, parece como si fueran monstruos los que ocupan la tierra, los cuales
atraen la indignación de la mirada del Padre. Pero tú, ¡oh Jesús mío!, para
aplacarlo, tratas de endulzar su mirada cambiando sus ojos por los tuyos,
haciéndoselos ver cubiertos de sangre y de lágrimas; y lloras ante su Majestad
Divina para moverlo a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas; y
oigo tu voz que dice:
« Padre mío, es cierto que la ingrata criatura se va enlodando cada vez
más con sus culpas, hasta ya no merecer tu mirada paterna; pero mírame, ¡oh
Padre!, yo quiero llorar tanto ante ti que llegue a formar un baño de lágrimas
y de sangre para lavar todas las inmundicias con las que se han cubierto las
criaturas. Padre mío, ¿quieres acaso rechazarme? No, no puedes; soy tu Hijo y
al mismo tiempo soy también la cabeza de todas las criaturas y ellas son mis
miembros; ¡salvémoslas, Padre mío, salvémoslas! ».
Jesús mío,
Amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por
la perdición de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes.
Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una sola cosa con
las mías y que vaya en busca de todas las criaturas. Y para moverlas a
compasión por sus propias almas y por tu amor, les haré ver que tú lloras por
causa de ellas y que mientras ellas se enfangan tú les tienes ya preparadas tus
lágrimas y tu sangre para lavarlas y así, al verte llorar, se rendirán a ti.
¡Ah!, con estas lágrimas tuyas, déjame lavar todas las inmundicias de las
criaturas; déjame hacer que estas lágrimas entren dentro de sus corazones y
ablanden a tantas almas endurecidas en la culpa, que obtenga victoria sobre la
obstinación de todos los corazones y que haga penetrar en ellos tus miradas,
haciéndoles levantar su mirada al cielo para que te amen y no las dejen seguir
vagando sobre la tierra para ofenderte. De este modo, tu Divino Padre ya no
desdeñará mirar a la pobre humanidad.
Crucificado
Bien mío, veo que el Padre está tan indignado que todavía no se aplaca, porque
su paternal bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura, ha llenado
cielos y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que muy
bien se puede decir que a cada paso y en cada acto debería sentir fluir en sí
misma el amor y las gracias de ese Corazón paterno, y en cambio, la criatura
siempre ingrata, despreciando este amor, no quiere reconocerlo, sino que hace
frente a tanto amor, llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y
ultrajes, llegando al grado de pisotearlo bajo sus inmundos pies, y hasta
queriendo destruirlo idolatrándose a sí misma. ¡Ah, todas estas ofensas se
elevan hasta el cielo y llegan ante la Majestad Divina, que se indigna
sumamente al ver la villanía de la criatura que llega a insultarla y a
ofenderla de mil modos!
Pero tú, ¡oh
Jesús mío!, siempre atento para defendernos con la fuerza arrebatadora de tu
amor, obligas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos
insultos y desprecios y le dices:
«
Padre mío, no desdeñes a la pobre criatura; si los desdeñas a ellos es a mí a
quien desdeñas. ¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro
que te responde por todos. Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad;
están ciegos y no saben lo que hacen. Por eso, obsérvame bien y mira cómo he
quedado reducido. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te
enternezca al menos mi rostro cubierto de salivazos y sangre, amoratado e
hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. ¡Piedad, Padre mío! Yo era el
más bello de los hijos de los hombres, y ahora estoy tan desfigurado que ya no
me reconozco, me he convertido en el último de todos los hombres. Por eso, ¡a
cualquier precio quiero salvar a la criatura! ».
Jesús mío,
pero, ¿es posible que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón y
queriendo seguirte en todo, déjame hacer mío tu rostro santísimo para tenerlo
en mi poder de modo que pueda mostrárselo continuamente al Padre, así,
desfigurado, para hacer que se mueva a compasión por la pobre humanidad que se
encuentra tan oprimida bajo el látigo de la divina justicia y que yace como
moribunda.
Permíteme ir a
mostrarles a las criaturas tu rostro tan desfigurado por causa suya, para hacer
que se muevan a compasión por sus propias almas y por tu amor; que la luz que
emana de tu rostro y la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender
quién eres tú y quienes son ellas que se atreven a ofenderte, para que sus
almas, que viven muertas a la gracia a causa de tantos pecados, resurjan, y así
todas se postren ante ti, adorándote y glorificándote.
Jesús mío,
Crucificado adorable, la criatura continúa sin cesar irritando a la divina
justicia y de su lengua resuena el eco de tantas horribles blasfemias,
imprecaciones y maldiciones, malas conversaciones, tramas para prepararse a
destrozarse, del peor modo posible, entre ellos mismos y llevar a cabo matanzas
terribles. ¡Ah!, todos estos ecos ensordecen la tierra y elevándose hasta el
cielo ensordecen los oídos divinos. El Padre, cansado de oír estos ecos llenos
de veneno que recibe de parte de las criaturas, quisiera deshacerse de ellas,
apartándolas de sí mismo, porque todas estas voces llenas de veneno imprecan y
piden venganza y justicia contra sí mismas. ¡Ah, cómo la divina justicia se
siente obligada a descargar sus flagelos! ¡Cómo tantas blasfemias encienden su
ira contra la criatura! Pero tú, ¡oh Jesús mío!, amándonos con tu amor supremo,
haces frente a todas estas voces mortales con tu voz omnipotente y creadora,
haciendo resonar el eco de tu dulcísima voz en los oídos de tu Padre, para
reparar por todas las molestias que le causan las criaturas con el eco de tus
bendiciones y alabanzas; y gritas:
«
¡Misericordia! ¡Gracias! ¡Amor para la pobre criatura! ».
Y para
aplacarlo todavía más, le muestras tu santísima boca, diciéndole:
«
¡Padre mío, vuelve a mirarme; no escuches las voces de las criaturas, sino la
mía; soy yo quién te da Satisfacción por todos! Por eso, te ruego que mires a
las criaturas, pero que las mires en mí; si las miras fuera de mí, ¿qué sería
de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de toda
clase de miserias. ¡Piedad, Padre mío! ¡Ten piedad de las pobres criaturas! Yo
te respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed,
abrasada y consumada por el amor ».
Amargado Jesús
mío, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas. Déjame que
tome tu lengua, tus labios y que haga un recorrido sobre todas las criaturas
tocando sus lenguas con la tuya, para que cuando estén por ofenderte, al sentir
ellos la amargura de tu lengua, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al
menos por la amargura que sientan. Déjame que toque sus labios con los tuyos, y
con tu voz omnipotente haz que el fuego de la culpa que está sobre los labios
de todos penetre hasta su pecho, y así pueda detener en ellos la corriente de
todas las malas palabras transformando sus voces humanas en voces de bendición
y alabanzas.
Crucificado
Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo, la criatura todavía no se rinde; al
contrario, despreciándote sigue añadiendo culpas a más culpas, cometiendo
enormes sacrilegios, homicidios, suicidios, duelos, fraudes, engaños, crueldades
y traiciones. ¡Ah!, todas estas malas obras, hacen que los brazos del Padre se
vuelvan más pesados, quien no pudiendo ya sostener su peso, está a punto de
dejarlos caer derramando sobre la tierra cólera y destrucción. Y tú, ¡oh Jesús
mío!, para liberar a la criatura de la cólera divina, temiendo verla destruida,
tiendes tus brazos al Padre para que no deje caer los suyos y destruya a las
criaturas, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso de tantas culpas, lo
desarmas y le impides a la justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por
la mísera humanidad y enternecerlo, con tu voz más conmovedora, le dices:
«
Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan y que
me tienen clavado junto a todas las obras malas. ¡Ah!, en estas manos siento
todos los terribles dolores que me causan todas estas obras malas. ¿No estás
contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿Acaso no son capaces de satisfacerte?
¡Ah!, estos brazos míos descoyuntados, serán para siempre cadenas que tendrán a
la pobre criatura abrazada a mí, para que no huya de mí, a no ser que alguna
quisiera apartarse por la fuerza; y también, estos brazos míos serán las
cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedirte que destruyas a la
pobre criatura; más aún, te atraeré siempre hacia ella para que las llenes de
tus gracias y de tu misericordia ».
Jesús mío, tu
amor es un dulce encanto para mí y me impulsa a que yo también haga todo lo que
haces tú. Por eso, dame tus brazos, que junto contigo quiero impedir que intervenga
la divina justicia contra la pobre humanidad, a costa de cualquier sacrificio.
Con la sangre que abundantemente sale de tus manos quiero extinguir el fuego de
la culpa que enciende su ira y aplacar su furor; y para hacer que el Padre
tenga piedad de las pobres criaturas, permíteme que ponga en tus brazos a
tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos heridos, los corazones
adoloridos y oprimidos. Déjame que haga un recorrido por todas las criaturas y
que las abrace a todas entre tus brazos, para que todas regresen a tu Corazón.
Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de
tantas obras llenas de maldad e impida a todos hacer el mal.
Amable Jesús
mío crucificado, la criatura todavía no está satisfecha de ofenderte tanto,
quiere beber hasta el fondo las heces de la culpa y corre como enloquecida por
el camino del mal. Se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y,
desconociéndote, se rebela contra ti y casi, sólo para hacerte sufrir, quiere
irse al infierno. ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y tú, ¡oh Jesús
mío!, triunfando sobre todo, incluso sobre la obstinación de las criaturas,
para aplacar a tu Divino Padre, le muestras toda tu santísima humanidad
lacerada, destrozada horriblemente, y tus santísimos pies traspasados en los
que están encerrados todos los pasos de las criaturas, los cuales te causan
dolores mortales, tanto que se contorsionan por la atrocidad de los dolores. Y
oigo tu voz, más que nunca conmovedora, como si estuvieras por expirar, que a
fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el
Corazón de tu Padre:
«
Padre mío, mírame, obsérvame bien de la cabeza a los pies: ¡No se encuentra ya
alguna parte sana en mí, no tengo en dónde hacerme abrir nuevas llagas y
procurarme más sufrimientos! Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y
de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? ».
«
Hijos míos, si ustedes no se rinden a tanto amor, ¿qué esperanza quedará para
que se conviertan? Mis llagas y mi sangre serán siempre súplicas, las cuales
harán que desciendan del cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de
perdón y de compasión hacia la pobre humanidad ».
Jesús mío, me
doy cuenta que te haces violencia para aplacar al Padre y vencer a la pobre
criatura; por eso, permíteme que tome tus santísimos pies y que vaya en busca
de todas las criaturas y ate sus pasos a tus pies, para que si quieren caminar
por el camino del mal, al sentir las cadenas con las que los has atado a ti, no
puedan ni dar un paso. ¡Ah!, con tus pies haz que retrocedan del camino del mal
y ponlas en el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes; y con tus
clavos cierra el infierno, para que nadie más caiga en él. Jesús mío, Amante
Crucificado, veo que ya no puedes más. La tensión terrible que sufres sobre la
cruz, el continuo rechinar de tus huesos que a cada pequeño movimiento se
dislocan cada vez más, tus carnes que se siguen abriendo más y más, las repetidas
ofensas que recibes, que cada una te procura una pasión y muerte aún más
dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores que te sofocan
de tanta amargura, de tanto dolor y amor, y la ingratitud humana, que aún en
medio de tantos martirios, te hace frente y penetra como una ola impetuosa
dentro de tu Corazón traspasado, ¡ay!, te aniquilan de tal manera, que tu
santísima humanidad, no pudiendo resistir el peso de tantos martirios, está a
punto de sucumbir y delirando por tanto amor y tantos sufrimientos suplica
ayuda y piedad.
Crucificado
Jesús mío, ¿será posible que tú que lo riges todo y a todo le das vida tengas
que pedir ayuda? ¡Ah!, quiero penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la
mía para endulzar cada una de tus llagas santísimas, para mitigar el dolor que
te causa cada espina y hacer menos dolorosas sus punzadas; y para darle alivio
a la intensidad de las amarguras de cada pena interior de tu Corazón, quiero
darte vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la cruz
para ponerme yo en tu lugar. Pero me doy cuenta de que soy nada y nada puedo,
de que soy demasiado insignificante, por eso, date totalmente a mí y yo tomaré
tu vida y en ti te daré a ti mismo; sólo así mis ansias quedarán satisfechas.
Destrozado Jesús
mío, tu santísima humanidad se acaba y no por ti, sino por darle totalmente
cumplimiento a nuestra redención. Necesitas ayuda divina y por eso te arrojas
en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el
Padre al mirar cómo han destrozado terriblemente tu santísima humanidad, la
tremenda obra que ha hecho el pecado en tus sagrados miembros! Y para contentar
tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios
necesarios para que le des cumplimiento a nuestra redención; y mientras te
estrecha, sientes en tu Corazón que se repiten con más fuerza los martillazos
de los clavos, los golpes de los flagelos, las heridas de tus llagas y las
punzadas de las espinas. ¡Oh, cómo se conmueve el Padre! ¡Cómo se indigna al
ver que todas estas penas llegan hasta tu Corazón por obra de las almas
consagradas a ti!
Y en su dolor,
te dice:
«
Pero, ¿es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte escogida por ti esté toda
contigo? Antes al contrario, parece que estas almas piden refugio en tu Corazón
sólo para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es peor, todos
estos dolores que recibes de parte de ellos van escondidos y cubiertos de
hipocresías. ¡Ah, Hijo mío, no puedo seguir conteniendo mi indignación por la
ingratitud de estas almas, las cuales me causan más dolor que todas las demás
criaturas juntas! ».
Pero tú, ¡oh
Jesús mío!, triunfando sobre todo, defiendes a estas almas y con el amor
inmenso de tu Corazón haces una reparación por las oleadas de amarguras y las
heridas mortales que estas almas te procuran; y para aplacar a tu Padre, le
dices:
«
Padre mío, mira mi Corazón. Que todos estos dolores te satisfagan y cuanto más
amargos, tanto más potentes sean sobre tu Corazón de Padre, para obtener
gracias, luz y perdón para todos ellos. Padre mío, no los rechaces: ellos serán
los que me defenderán y continuarán mi vida sobre la tierra ».
«
¡Oh amorosísimo Padre mío!, considera que si bien mi humanidad ha llegado ahora
al colmo de sus padecimientos, también mi Corazón está por estallar a causa de
tantas amarguras y de todas las penas íntimas y de los inauditos tormentos que
he sufrido a lo largo de 34 años a partir del primer instante de mi
encarnación. Tú conoces bien, oh Padre, la intensidad de estas amarguras interiores,
que hubieran sido capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si
nuestra omnipotencia no me hubiera sostenido para poder prolongar mis
sufrimientos hasta llegar a esta extrema agonía. ¡Ah!, si no te bastan todas
las penas de mi santísima humanidad que te he ofrecido hasta ahora para aplacar
tu justicia sobre todos los hombres y para atraer en cambio tu misericordia
triunfadora sobre ellos, ahora, especialmente por los extravíos de las almas
consagradas a nosotros, yo te presento mi Corazón destrozado, oprimido y
quebrantado, pisado en el lagar de cada instante de mi vida mortal ».
«
¡Ah, mírame Padre mío!, este es el Corazón que te ha amado con amor infinito,
que siempre ha estado ardiendo de amor por todos mis hermanos, hijos tuyos en mí;
este es el Corazón con el que con tanta generosidad he anhelado padecer, para
darte la satisfacción completa por todos los pecados de los hombres. ¡Ah, te lo
suplico, ten piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios,
de sus angustias, de sus tristezas ante la muerte! ».
«
¿Acaso ha habido, ¡oh Padre mío!, un solo latido de mi Corazón que no haya
buscado tu gloria y la salvación de mis hermanos aun a costa de penas y hasta
de mi sangre? ¿No han salido de mi Corazón siempre oprimido ardientes súplicas,
gemidos, suspiros y clamores válidos, con los que durante 34 años he llorado y
gritado pidiendo misericordia en tu presencia? ».
«
Tú me has escuchado, ¡oh Padre mío!, una infinidad de veces y por una infinidad
de almas, y te lo agradezco infinitamente; pero ahora, ¡oh Padre!, mira cómo mi
Corazón no puede calmarse en medio de tantas penas ni por una sola alma que se
le vaya a escapar a su amor, porque nosotros amamos a una sola alma cuanto a
todas las almas juntas. ¿Y se dirá que tendré que dar mi último suspiro sobre
este doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso a almas
consagradas a nosotros? Yo me estoy muriendo en un mar de angustias por la
iniquidad y la perdición eterna del pérfido Judas, que se comportó tan dura e ingratamente
conmigo, que rechazó todos mis más delicados y amorosos detalles, y que además
le llegué a hacer tanto bien que hasta lo hice sacerdote y obispo como a los
demás apóstoles. ¡Ah Padre mío, que ya termine este abismo de penas! ¡Cuántas
almas escogidas por nosotros para esta doble vocación sagrada veo que quieren
imitar a Judas, quién más y quién menos! ».
«
¡Ayúdame Padre mío, ayúdame! ¡Yo no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si
en mi Corazón puedes hallar alguna fibra que no esté más atormentada que todas
las llagas que tengo en mi cuerpo! ¡Mira si toda mi sangre no está brotando,
más que de mis llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor!
¡Piedad, Padre mío, piedad, no para mí que quiero sufrir hasta el infinito por
las pobres almas, sino de todas ellas y especialmente de las que han sido
llamadas a desposarse con mi amor y a mi santo servicio! ¡Oh Padre!, escucha
cómo mi Corazón, próximo a la muerte, acelera sus latidos de fuego y grita:
¡Padre mío, por mis innumerables penas te pido gracias eficaces de
arrepentimiento y de verdadera conversión para todas estas infelices almas!
¡Que ninguna de estas almas se nos pierda! ».
«
¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de todas las almas y especialmente de éstas!
¡Tengo sed de sufrir más y más por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu
Voluntad, Padre mío; que ahora esta Voluntad mía, que es también la tuya, se
cumpla perfectamente por amor a mí, tu amadísimo Hijo, en quien has hallado
todas tus complacencias ».
¡Oh Jesús mío,
ya no resisto más! ¡Me uno a tus súplicas, a tus sufrimientos, a tu amor
penante! Dame tu Corazón para que pueda sentir tu misma sed de almas
consagradas a ti y para que con los latidos de mi corazón te devuelva el amor y
los afectos que ellas te deben. Permíteme que haga un recorrido por todas estas
almas y que ponga tu Corazón en ellas, para que cuando apenas los toque puedan
calentarse las que están frías, sacudirse las que están tibias, encaminarse de
nuevo las que están extraviadas, de modo que puedan volver a recibir todas
aquellas gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado de dolor y de
amargura al constatar que por su falta de correspondencia no se han llegado a
realizar los planes que habías hecho para ellas, y por lo tanto, que tantas
almas que por medio de ellas debían obtener vida y salvación han sufrido las
tristes consecuencias. Pero yo les mostraré tu Corazón tan amargado, por su
causa; desde tu Corazón las heriré con tus flechas de fuego, presentándoles
todas tus súplicas y todos tus sufrimientos por ellas, de modo que no será
posible que no se rindan a ti; así regresarán contritas a ti, se verán
restablecidos tus amorosos designios sobre ellas y ya no estarán en ti y cerca
de ti para ofenderte, sino para repararte, consolarte y defenderte.
Vida mía,
crucificado Jesús mío, veo que sigues agonizando en la cruz sin que tu amor
quede todavía satisfecho para darle cumplimiento a todo. ¡Yo también agonizo
contigo! Quiero llamar a todos los ángeles y a los santos: ¡Vengan, vengan
todos al monte Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un
Dios! Besemos sus llagas ensangrentadas, adorémoslas; sostengamos esos miembros
lacerados; démosle gracias a Jesús por haberle dado cumplimiento a nuestra
redención.
Démosle
también una mirada a nuestra Madre Santísima traspasada por tantas penas y
muertes que siente en su Corazón Inmaculado, tantas cuantas ve que su HijoDios
está sufriendo; hasta sus mismos vestidos están cubiertos de sangre, como
también por todo el monte Calvario se puede ver la sangre de Jesús. Así que,
tomemos todos juntos esta sangre y pidámosle a nuestra dolorosa Madre que se
una a nosotros; dividámonos por todo el mundo y ayudemos a todos; socorramos a
quienes están en peligro para que no perezcan, a los que han caído para que se
levanten de nuevo, a los que están a punto de caer para que no caigan. Démosles
esta sangre a tantas pobres almas que están ciegas, para que resplandezca en
ellas la luz de la verdad; vayamos a donde se encuentran quienes están
combatiendo, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si están por caer
alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos y
si se ven abandonados por todos o están impacientes por su triste suerte,
démosles esta sangre, para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus
dolores. Y si vemos almas que están a punto de caer en el infierno, démosles
esta sangre divina que contiene el precio de su redención, para arrebatárselas
a Satanás.
Y mientras
tendré a Jesús abrazado a mi corazón para defenderlo y reparar por todo,
abrazaré a todos a su Corazón, para que todos puedan obtener gracias eficaces
de conversión, fortaleza y salvación.
¡Oh Jesús!, tu
sangre diluvia de tus manos y de tus pies. Los ángeles haciéndote corona
admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo a tu Madre al pie de la Cruz
traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos
como petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor.
¡Oh Jesús!, me
uno a ti y me abrazo a tu cruz y hago mías todas las gotas de tu sangre para
depositarlas en mi corazón. Y cuando vea irritada a tu divina justicia contra
los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte. Y cuando vea almas
obstinadas en la culpa te mostraré esta sangre y en virtud de ella no
rechazarás mi plegaria, porque en mis manos tengo la prenda con la que puedo
obtenerlo todo.
Por eso, ¡oh
Jesús!, a nombre de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, junto
a tu Madre Santísima y a todos los ángeles, me postro ante ti crucificado Bien
mío y te digo:
« Te adoramos,
¡oh Cristo!, y te bendecimos, que por tu santa cruz has redimido al mundo y a mí pecador ».
REFLEXIONES Y PRÁCTICAS.
Jesús crucificado
obedece a sus verdugos, acepta con amor todos los insultos y las penas que
recibe. Por el grande amor que le tenía a nuestra pobre alma, halló en la cruz
su lecho para reposar, y nosotros, ¿reposamos en él en todas nuestras penas?
¿Podemos decir que con nuestra paciencia y con nuestro amor le preparamos a
Jesús un lecho en nuestro corazón para que repose?
Mientras Jesús
está crucificado, no hay parte interna o externa en él que no sienta una pena
particular, y nosotros, ¿estamos crucificados totalmente en él, al menos en lo
que respecta a nuestros sentidos? Cuando en una vana conversación o alguna otra
diversión similar hallamos nuestro propio gusto, es entonces que Jesús queda
clavado en la cruz, pero si sacrificamos este gusto, desclavamos a Jesús y
quedamos clavados nosotros.
¿Tenemos
siempre clavados con los clavos de su Santísima Voluntad nuestra mente, nuestro
corazón y todo nuestro ser? Cuando estaban crucificando a Jesús, él miraba con
amor a sus verdugos; y nosotros, ¿por amor a Jesús miramos con amor a quien nos
ofende?
« Crucificado
Jesús mío, que tus clavos traspasen mi corazón, para que no haya ni un solo
latido, afecto y deseo que no sienta tus heridas y que la sangre que derrame mi
corazón sea el bálsamo que cure todas tus llagas ».
ACCIÓN DE GRACIAS PARA DESPUÉS DE CADA HORA.
¡Amable Jesús
mío!, tú me has llamado en esta Hora de tu Pasión para hacerte compañía y yo he
venido. Me parecía sentirte lleno de angustia y de dolor, orando, reparando y
sufriendo, y que con tus palabras más conmovedoras y elocuentes suplicabas por
la salvación de todas las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora,
teniendo que dejarte para cumplir con mis habituales obligaciones, siento el
deber de decirte « gracias » y « te bendigo ».
¡Sí, oh
Jesús!, gracias, te lo repito mil y mil veces, y te bendigo por todo lo que has
hecho y padecido por mí y por todos. Gracias y te bendigo por cada gota de
sangre que has derramado, por cada respiro, por cada pálpito, por cada paso,
palabra, mirada, amarguras y ofensas que has soportado. Por todo, ¡oh Jesús
mío!, quiero sellarte con un gracias y te bendigo. ¡Ah, Jesús!, haz que de todo
mi ser salga hacia ti una corriente continua de gratitud y de bendiciones, para
atraer sobre mí y sobre todos la fuente de tus bendiciones y de tus gracias.
¡Ah Jesús
mío!, estréchame a tu Corazón y con tus santísimas manos sella todas las
partículas de mi ser con tu bendición, para que así no pueda salir de mí más
que un himno continuo de amor hacia ti.
Por eso me
quedo en ti para seguirte en lo que haces, antes bien, obrarás tú mismo en mí.
Y yo desde ahora dejo mis pensamientos en ti para defenderte de tus enemigos,
el respiro para cortejarte y hacerte compañía, el pálpito para decirte siempre
Te amo y repararte por el amor que no te dan los demás; las gotas de mi sangre
para repararte y para restituirte los honores y la estima que te quitarán con
los insultos, salivazos y bofetadas, y dejo mi ser para hacerte guardia.
Dulce Amor
mío, debiendo atender a mis ocupaciones quiero quedarme en tu Corazón. Tengo
miedo de salirme de él, pero tú me tendrás en ti, ¿no es así? Nuestros latidos
se tocarán sin cesar, de modo que me darás vida, amor y estrecha e inseparable
unión contigo. ¡Ah, te suplico, oh Jesús mío!, si ves que alguna vez estoy por
apartarme de ti, que tus latidos se hagan más fuertes en los míos, que tus
manos me estrechen más fuertemente a tu Corazón, que tus ojos me miren y me
hieran con sus saetas de fuego, para que al sentirte, de inmediato yo me deje
atraer hacia ti y así no se rompa nuestra íntima unión. ¡Oh Jesús mío!, hazme
la guardia para que no vaya a hacer alguna de las mías. Bésame, abrázame,
bendíceme y haz junto conmigo todo lo que yo debo hacer.
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A QUIEN HACE LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN, JESÚS LE OTORGA SUS MISMOS
MÉRITOS COMO SI ÉL MISMO ESTUVIERA SUFRIENDO SU PASIÓN
PROMESAS DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA QUIEN ORE
Y MEDITE CON
LAS HORAS DE SU PASIÓN.
A quien hace las Horas de la Pasión, Jesús le otorga sus mismos méritos como si él mismo estuviera sufriendo su pasión.
Luisa : « Dime,
mi bien, ¿qué cosa darás en recompensa a los que hagan las Horas de la Pasión
como tú me has enseñado? »
Y
él: « Hija mía,
estas Horas no las veré como cosas vuestras, sino como cosas hechas por mí, y
les daré mis mismos méritos, como si yo estuviera sufriendo en acto mi pasión,
y así les haré obtener los mismos efectos, según la disposición de las almas;
esto en la tierra, y por lo cual, mayor bien no podría darles; después, en el
cielo, a estas almas las pondré frente a mí, flechándolas con flechas de amor y
de felicidad, por cuantas veces hayan hecho las Horas de mi pasión, y ellos
también me flecharán. ¡Qué dulce encanto será esto para todos los
bienaventurados! »
Octubre de
1914
« Hija mía, como recompensa por haberlas escrito, por cada
palabra que has escrito te daré un alma, un beso. »
Y yo: « Amor
mío, esto para mí; y a los que las hagan, ¿qué les darás? »
Y
Jesús: « Si las hacen
junto conmigo y con mi misma Voluntad, por cada palabra que repitan les daré un
alma, porque toda la mayor o menor eficacia de estas Horas de mi Pasión está en
la mayor o menor unión que tengan conmigo. Y haciéndolas con mi Voluntad, la
criatura se esconde en mi Voluntad, y obrando mi Voluntad puedo hacer todos los
bienes que quiero, aun por medio de una sola palabra. Y esto, cada vez que las
hagan. »
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HORAS DE LA PASIÓN EN PDF
VIDA DE LA SIERVA DE DIOS LUISA PICARRETA
LUISA PICCARRETA, 64 AÑOS COMIENDO SÓLO LA EUCARISTÍA
Luisa
Piccarreta vivió su misión de Víctima con Jesús, permitiéndole vivir como
Redentor y Víctima en ella.
Esta vocación
de víctima de Luisa presenta los tres aspectos que reconocemos en María
Santísima:
La
corredención con Jesús: por eso a menudo Luisa tomaba parte en las diferentes
penas de la Pasión (la corona de espinas, la Cruz, etc.).
La mediación
entre Jesús y los hombres, “sus hermanos”, dándole a Jesús todo lo que le deben
(adoración, alabanza, bendición, gratitud, reparación, amor, etc.) como Jesús
se lo da al Padre.
Y la defensa
de los hombres, alcanzándoles el perdón y las gracias que no merecen por culpa
de sus pecados.
“Hija mía, no
temas: ¿no te acuerdas que ocupas dos oficios, uno como Víctima y otro aún más
grande, de vivir en Mi Querer, para devolverme la gloria completa de toda la
creación?” (20-09-1922).
Por eso Jesús
le dijo:
“Tu misión es
grande, porque no se trata sólo de la santidad personal, sino de abrazar todo y
a todos y preparar el Reino de Mi Voluntad a las humanas generaciones”
(22-08-1926).
SU HISTORIA
La Sierva de
Dios, Luisa Piccarreta nació en la ciudad de Corato en la provincia de Bari,
Italia, en la mañana del 23 de abril de 1865, Domingo “In Albis” (actual fiesta
de la Divina Misericordia), y el mismo día fue bautizada; vivió siempre ahí y
murió en concepto de santidad el 4 de marzo de 1947.
Nació de la
señora Rosa Tarantino y del señor Vito Nicola Piccarreta, trabajador de una
hacienda de la familia Mastrorilli.
La pequeña
Luisa, la cuarta de cinco hijas, era de temperamento tímido, temeroso; no
obstante, era también vivaz y alegre.
Ella cuenta
que desde niña era vergonzosa y miedosa, al punto de no saber estar sola.
El motivo eran
las frecuentes pesadillas, en que soñaba al demonio.
Por eso, desde
los tres o cuatro años empezó a rezar continuamente, invocando a todos los
Santos para que la defendieran.
Y sobre todo
siete Avemarías a la Virgen Dolorosa, por lo cual no tomaba parte en los juegos
de las otras niñas y de sus hermanitas (Luisa era la cuarta de cinco hermanas).
El Domingo “in
Albis” de 1874, a los nueve años, recibió la Primera Comunión y el mismo día el
Sacramento de la Confirmación, a los nueve años.
Empezó desde
entonces a sentir en el corazón una voz que le dió mucho ánimo y paz, por lo
que superó el miedo.
Empezó a
experimentar la presencia y protección de Jesús, de la Stma. Virgen y del Angel
de la guarda. A los once años se hizo “hija de María”.
Mediante
locuciones interiores, la voz de Jesús la instruía acerca de las virtudes, de
su Amor, de la Cruz, etc.
.
A veces la
corregía; otras veces la animaba.
.
Y así pasaba
Luisa horas y horas arrodillada, casi sin moverse, absorta en oración.
.
El Señor le
hablaba sobre todo de su Vida oculta y de su Vida interior.
Pero aunque
era tímida y miedosa, dice ella, era también alegre y traviesa; saltaba, corría
y hacía también “impertinencias”, o sea, bromas.
Con su
temperamento no la atraían las cosas del mundo, incluso las cosas normales de
la vida social, que instintivamente rehuía.
Pero ¿cómo era
Luisa, según el aspecto externo? De ella hay pocas fotografías, de los últimos
10 o 15 años de su vida. No era posible fotografiarla sin el permiso del
Confesor.
Quien la
conoció la describe diciendo que se la veía
“Siempre
serena y fresca como una pascua; pequeña de estatura, ojos vivos, mirada
penetrante, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha…”
Quien entraba
en su cuartito la veía siempre sentada en su cama, cerrada con blancas
cortinas.
Su aspecto era
el de una persona, que, sin poder decirse que estuviera enferma, desde luego se
veía que sufría y al mismo tiempo irradiaba paz; con el paso de los años,
luego, se la veía como una viejecita muy dulce.
A los 16 años
el asalto de los demonios le hizo perder
el conocimiento, quedándose rígida, pero tuvo la visión de Jesús
coronado de espinas y horriblemente abofeteado por los pecados de los hombres.
Y Luisa,
movida interiormente por la gracia, consintió plenamente a la Voluntad de Dios,
aceptando el estado de Víctima, al que Jesús y la Santísima Virgen la llamaban.
Pocos días
después, tuvo una tercera visión de Jesús en su Pasión, quien le comunicó los
dolores de su corona de espinas, y volvió a perder el conocimiento.
Cuando volvió
en sí, no era capaz de abrir la boca ni de tomar alimento, a causa de los
espasmos y dolores que sentía.
Y fue así como
Luisa se halló en la imposibilidad de comer nada, por espacio de dos o tres
días.
.
Pero poco
después en forma continua y definitiva por toda su vida, viviendo sólo de la
Voluntad Divina.
.
Siendo éste su
único alimento, junto con la Eucaristía, por 64 años.
Así comenzó a
padecer una enfermedad que ningún médico pudo diagnosticar.
Permanecía
todo el día en la cama sentada, nunca apoyaba la cabeza en la almohada para
dormir, y con frecuencia, perdía el conocimiento y quedaba petrificada.
De este estado
nunca la pudieron sacar ninguna medicina ni tratamiento médico, sólo salía de
él cuando un sacerdote la bendecía.
Muchos la
consideraban una “santa”, pero algunos la juzgaban como una impostora, que
merecía palos, o que estaba endemoniada.
En ocasiones
la dejaron en ese estado de petrificación por 10, 18, y hasta 25 días y la
madre de Luisa, que no sabía qué hacer, recurrió finalmente al Arzobispo, quien
empezó a interesarse y dio disposiciones para que los sacerdotes fueran a
“despertarla”.
En estos
estados es cuando solía recibir visitas frecuentes de Jesús y de la Santísima
Virgen, como la llamaba Luisa, y cuando Jesús la llevaba por el Cielo,
Infierno, Purgatorio, y por todo el universo.
Y le decía
muchas cosas bellas que nos quedaron escritas por Luisa en sus 36 volúmenes,
desde el año 1899, en el que su confesor por 24 años, Don Gennaro di Gennaro,
se lo exigió.
Cuando Luisa
perdía los sentidos y quedaba petrificada por la visión de Jesús. Luisa salía
de su cuerpo, siguiendo a Jesús por todas partes.
Ese fenómeno
empezó a causa de los sufrimientos de la Pasión, cada vez más acentuados.
Es lo que
llama “su habitual estado”.
De esa forma
Luisa moría todos los días, hasta que un sacerdote –normalmente su Confesor–
venía a llamarla de aquel estado de muerte mediante su bendición y por santa
obediencia.
Ese fue el
verdadero motivo por el que Luisa vivió en cama cerca de 64 años, sin tener
nunca una llaga de decúbito o alguna otra cosa; no a causa de enfermedad, sino
por su participación física y mística a la Pasión de Jesús.
A los 22 años
quedó definitivamente en cama.
.
Un año
después, el 16 de Octubre de 1888, antigua fiesta de la Pureza de María
(distinta de la Purificación y Presentación de Jesús, que es el 2 de Febrero),
recibió la gracia del “desposorio místico”.
.
Que once meses
más tarde el Señor le renovó en el Cielo, con la presencia de la Stma.
Trinidad, representada por las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y
Caridad).
En aquella
ocasión el Señor le dió un don no concedido así antes a nadie: el Don del
Querer Divino.
Pero de eso le
habló y empezó a explicárselo muchos años después.
Era el 8 de
Septiembre de 1889; Luisa tenía 24 años.
Un año
después, Jesús añadió el último vínculo: “el desposorio de la Cruz”, en el que
le comunicó sus dolorosísimos estigmas, contentando a Luisa, que no quería que
se vieran; crucifixión renovada muchas veces.
EXPERIENCIAS
MÍSTICAS
Además de
sentir interiormente la voz de Jesús, Luisa tenía trece años cuando, desde el
balcón de su casa tuvo la primera visión de Jesús, que, llevando la cruz,
levantó los ojos hacia ella, pidiéndole ayuda.
Empezaron
entonces para ella los primeros sufrimientos físicos, si bien ocultos, de la
Pasión del Señor, además de tantas penas indecibles espirituales (sentirse privada
de Jesús) y morales.
El hecho de
que sus padecimientos fueron descubiertos por su familia, que pensó tratarse de
una enfermedad, de ahí que tantos otros lo supieron, y, por último, las
incomprensiones y hostilidades por parte de los sacerdotes, de quienes sin
embargo ella se dió cuenta de que dependía totalmente.
A todo ello se
añadió una terrible prueba, que duró tres años (de los trece a los dieciséis),
de lucha contra los demonios, resistiendo a sus asaltos, sugestiones,
tentaciones y tormentos, hasta derrotarlos completamente.
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En el último
asalto que sufrió, Luisa perdió el conocimiento y vio por segunda vez a Jesús
penante por las ofensas de los pecadores.
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Entonces
aceptó el estado de víctima, al que Ntro. Señor y la Stma. Virgen Dolorosa la
invitaban.
Después de
esto, multiplicándose estas visiones de Jesús, Luisa habitualmente tomaba parte
en varias penas de la Pasión, en particular a la coronación de espinas.
Efecto de ello
fue la imposibilidad de comer, devolviendo siempre todo y viviendo, a partir de
los dieciséis años, en una total inedia hasta su muerte.
Se alimentó
solamente de la Eucaristía. Su alimento era la Voluntad del Padre.
“Otro fenómeno
extraordinario (atestigua su último Confesor, Don Benedetto Calvi): en 64 años
siempre en cama, nunca tuvo una llaga de decúbito”.
“Hubo
fenómenos extraordinarios en su muerte.
Como se ve en
la foto, el cadáver de Luisa está con el cuerpo sentado en su camita, igual
como estaba cuando vivía, y no fue posible extenderlo con la fuerza de varias
personas.
Permaneció en
esa postura, por lo que hubo que hacerle un ataúd del todo especial.
Todo su cuerpo
no sufrió la rigidez cadavérica que a todos los cuerpos humanos afecta después
de la muerte.
Se podía ver
todos los días que estuvo expuesta a la vista de todo el pueblo de Corato y de
muchísimos forasteros, que llegaron a Corato para ver y tocar con sus propias
manos el caso único y maravilloso: poder, sin ningún esfuerzo, moverle la
cabeza a todos los lados, levantarle los brazos, doblarlos, doblarle las manos
y todos los dedos.
Se le podían levantar también los párpados y
observar sus ojos lúcidos y no velados.
Luisa parecía
viva y que dormía, mientras que una
comisión de médicos, convocados para éso, declaraba, tras atento examen
del cadáver, que Luisa estaba realmente
muerta y que por tanto había que pensar en una muerte verdadera y no aparente,
como todos se imaginaban.
Fue necesario,
con permiso de la Autoridad civil y del médico forense, dejarla durante cuatro,
repito, cuatro días, en su lecho de muerte, sin dar señales de corrupción, para
satisfacer al gentío que se agolpaba…”
LOS CONFESORES
Luisa, como
hija de la Iglesia, le fue siempre sumisa y obediente.
Durante el
período desde 1884 hasta su muerte en 1947, ella estuvo bajo el cuidado y la
obediencia de varios confesores enviados por el Obispo de su Arquidiócesis.
Su segundo
confesor, Don Gennaro di Gennaro el 28 de febrero de 1899 le dio la obediencia
de poner por escrito todo cuanto sucedía entre Jesús y ella y las gracias que
continuamente recibía.
Fue entonces
que Luisa se decidió a vencer la repugnancia de hacer público lo que vivía en
su interior.
Y así, con
gran esfuerzo, escribió más de 2.000 capítulos, recogidos en treinta y seis
volúmenes, sin contar cientos de cartas, “las Horas de la Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo“, y “la Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad“.
Uno de sus
confesores y promotor más importante de la Divina Voluntad (la doctrina que
Jesús le enseñó a Luisa) fue San Aníbal María di Francia.
Quien fue
Revisor Eclesiástico de los volúmenes (dio su Null Obstat a 19 de los 36
volúmenes), y primer apóstol del Reino del Fiat Divino (como Jesús mismo lo
titula en el volumen 20 de su diario, noviembre 6, 1926).
Luisa murió
antes de cumplir los ochenta y dos años de edad, el 4 de marzo de 1947, después
de una corta pero fatal pulmonía -la única enfermedad diagnosticada en su
vida-, entró a la vida eterna para continuar sumergida en la Divina Voluntad en
el cielo, como lo estuvo en la tierra.
En la
solemnidad de Cristo Rey, el 20 de Noviembre de 1994, fue inaugurada su Causa
de Beatificación, dándole el título de “sierva de Dios”.
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Mientras que
el 2 de Febrero de 1996 todos los escritos de Luisa, conservados desde 1938 en
el archivo secreto del Santo Oficio, fueron puestos a disposición del Arzobispo
de Trani.
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No hemos
llegado, pues, al final de una vida extraordinaria, sino al comienzo de un
tiempo nuevo, de la Era prometida y suspirada en la que Dios realizará
finalmente.
En el 29 de
octubre del 2005, el Arzobispo Pichierri declaró el proceso diocesano de la
Causa de Beatificación de la Sierva de Dios completo y presentó la
documentación a la Congregación para las Causas de los Santos.
SUS ESCRITOS
Bajo
obediencia, Luisa Piccarreta escribió dos libritos “La Vida de la Santísima
Virgen” y “Las Horas de la Pasión”.
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Y luego
presentó 36 manuscritos numerados, en los que ella elaboró lo que le fue
revelado en oración acerca de “la vida en la Voluntad de Dios”.
Ella escribió
estos textos en los dialectos regionales italianos, en vez del Italiano
estándar, un hecho que complicó la traducción correcta del sentido de sus
escritos.
Algunos de los
primeros volúmenes fueron revisados y publicados por San Annibale de Francia
(ca. 1927) en su capacidad como confesor y censor diocesano.
“LUISA EN SU LECHO DE MUERTE, VELADA POR LAS MONJAS
HIJAS DEL DIVINO CELO,
POR SU HERMANA ANGELINA Y POR SU FIEL DISCÍPULA Y
TESTIGO ROSARIA BUCCI”
Después de
vivir en el destierro de esta vida 81 años, 10 meses y 9 días, Luisa murió el
martes 4 de marzo de 1947, hacia las 6 de la mañana, después de 15 días de
enfermedad, la única comprobada en su vida: una fuerte pulmonía, con fiebre
alta. Murió al terminar la noche, a la misma hora en que todos los días el
sacerdote la llamaba de su estado de “muerte” mediante la obediencia.
Escribe su
Confesor:
“Fenómenos
extraordinarios en su muerte. Como se ve en la foto, el cadaver de Luisa está
con el cuerpo sentado en su camita, como cuando vivía, y no fue posible extenderlo
con la fuerza de varias personas. Se quedó en esa postura, por lo que hubo que
hacerle un ataúd especial.
Atención,
extraordinario… Todo su cuerpo no sufrió la rigidez cadavérica que entodos los
cuerpos humanos sigue apenasmuertos. Se podía ver durante todos los días que
estuvo expuesta,a la vista de todo el pueblo de Corato y de muchísimos
forasteros, que llegaron aposta a Corato para ver y tocar con sus manos el caso
único y maravilloso: poder, sin esfuerzo alguno, moverle la cabeza en todo sentido,
levantarle los brazos y doblarselos, doblarle las manos y todos los dedos.Se le
podían levantar también los párpados y observar sus ojos lúcidos y no velados.
Luisa parecía viva y que dormía, mientras un consejo de médicos, convocados
para este caso, declaró, tras atento exámen del cadaver, que Luisa realmente
había muerto y que por tanto se debía considerar muerte verdadera y no
aparente, como todos imaginaban. Fue necesario, con permiso de la Autoridad
Civil y del Médico Sanitario, hacerla estar durante 4, digo cuatro días, en su
lecho de muerte, sin dar señal alguna de corrupción, para satisfacer la
muchedumbre que se aglomeraba, sobre todo forasteros, y que afluía a la casa
hasta con violencia”.
Luisa dice que
había nacido “al revés” y que por eso era justo que su vida fuera “al revés” de
la vida de las demás criaturas; también su muerte fue “al revés”… Se quedó
sentada, como había vivido siempre, y sentada hubo que llevarla al cementerio,
en una caja especial, de cristal, con el “Fiat” sobre el pecho…
“La pequeña hija del Rey es toda espléndida; perlas y
tejido de oro son
sus vestiduras; en preciosos bordados
es presentada al Rey; con ella, las vírgenes sus
compañeras son llevadas a Tí; entran juntas en el Palacio Real…”
(Salmo 44)
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