LA CONTRICIÓN, DOLOR Y DETESTACIÓN DEL PECADO COMETIDO, SANTO CURA DE ARS
La contrición:
"intenso
dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en
adelante" implica la reorientación radical de toda nuestra vida, un
retorno, una conversión a Dios.
La contrición no es otra cosa sino el dolor del
corazón, es decir, el dolor profundo, dolor en lo más íntimo de nuestro ser,
por el pecado cometido.
Como no es tanto un dolor externo cuanto del fondo del
alma, implica la reorientación radical de toda nuestra vida, un retorno, una
conversión a Dios de modo pleno, una ruptura con el pecado, una aversión al
mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hayamos cometido.
La contrición
no es sino la aflicción interior que nos hace estremecernos ante el horror y el
peso del pecado, ante la ofensa al Creador y el temor de vernos separados de Él
para siempre.
Sin la
contrición nuestras obras externas permanecen estériles y engañosas; con ella
somos impulsados a realizar generosamente obras exteriores de purificación.
La contrición es, pues, la parte esencial del
sacramento y debe tener cuatro condiciones.
La primera de ellas es que sea interior.
Cuando decimos a Dios ‘siento haberte ofendido’ no es
un mero acto de buena educación lo que estamos haciendo, no es la obligada
excusa cortés.
Debemos poner el corazón junto a nuestras palabras.
Debemos sentir lo que decimos.
No es preciso sentir una reacción ‘emocional’.
Como el amor, el dolor es un acto de voluntad, no un
golpe de emoción.
Igual que
podemos amar a Dios sin experimentar sentimientos, podemos tener un profundo
pesar de nuestros pecados sin tener dolor emocional alguno.
Si con toda
sinceridad nos determinamos a evitar todo lo que pueda ofender a Dios con la
ayuda de su gracia, entonces tenemos verdadera contrición interior.
Nuestra contrición además de interior debe ser
sobrenatural. La razón se basa en el porqué de nuestra contrición.
Si un hombre se arrepiente de emborracharse porque le
viene una cruda tremenda, ese dolor es natural.
Si una mujer se duele de su mentira porque quedó en
evidencia la falsedad, ese dolor es natural.
Si un niño siente su desobediencia por el miedo al
regaño, es dolor natural.
Este dolor natural no tiene nada que ver con Dios, el
alma o motivos sobrenaturales.
No es que ese dolor sea malo, pero es insuficiente en
relación con Dios.
El dolor es sobrenatural cuando nace de motivos
sobrenaturales; es decir, cuando su ‘porqué’ se basa en la fe sobre las
verdades que Dios ha enseñado.
Por ejemplo,
Dios nos ha dicho que debemos amarlo sobre todas las cosas y que pecar es
negarle ese amor.
Dios nos ha dicho que un pecado mortal causa la
pérdida del cielo y nos merece el infierno, y que el pecado venial debe ser
satisfecho en el purgatorio.
Nos ha dicho que el pecado es la causa de que Jesús
muriera en la Cruz y que es una ofensa a la bondad infinita de Dios.
Nos ha dicho que el pecado es malo en sí mismo, no por
sus efectos.
Cuando nuestro
dolor se basa en estas verdades que Dios ha revelado, es dolor sobrenatural, se
ha elevado por encima de meras consideraciones naturales.
Además de ser interior y sobrenatural, la contrición
ha de ser máxima.
Esto significa
que nuestro dolor debe ser sumo. Es decir, debemos ver el mal moral del pecado
como el mayor mal que existe, por encima de cualquier mal físico o meramente
natural que pueda ocurrirnos.
Significa que, cuando decimos a Dios que nos
arrepentimos de nuestros pecados, estamos dispuestos, con la ayuda de su
gracia, a sufrir cualquier cosa antes que ofenderlo de nuevo.
Santa Blanca,
la madre de San Luis (el rey Luis IX de Francia) nos da un buen ejemplo de
esto.
No existe duda del ardiente amor materno que ella
sentía hacia su hijo y, sin embargo, le decía de vez en cuando:
‘Antes preferiría verte muerto a mis pies que saber
que has cometido un pecado mortal’.
Si nosotros somos capaces de decir lo mismo
sinceramente, si estamos dispuestos a entregar (‘con la ayuda de su gracia’)
cualquier persona o cosa que Él nos pidiera antes de ofenderlo, entonces
tenemos perfecto amor a Dios.
Por último, el dolor interior, sobrenatural y sumo,
debe ser universal.
Esto significa que debemos arrepentirnos de todos los
pecados mortales sin excepción.
Un solo pecado
mortal nos separaría de Dios y nos privaría de la gracia santificante.
O nos dolemos de todos o no podremos recuperar la
gracia de Dios. O todos son perdonados o no lo es ninguno. Si diéramos cuatro
bofetadas a un amigo, sería ridículo decirle: ‘Me arrepiento de tres de ellas,
pero no de la cuarta’.
Verdadera y Falsa Virtud
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