Si con Él padecemos, con Él también reinaremos; si lo negáremos, Él nos negará igualmente. (2
Timoteo 2, 12)
I. Pecador, es
preciso sufrir en esta vida para no sufrir en la otra; es menester que borres
tus delitos con tus trabajos, tus lágrimas y tu sangre: no hay otro medio para
que vuelvas a gozar del favor de Dios.
Él te envía
sufrimientos: recíbelos como remedios para las enfermedades de tu alma.
Siempre
quieres pecar y no quieres hacer penitencia: ten cuidado, te encuentras en un
estado peligroso. Es necesario satisfacer a Dios en este mundo o en el otro.
Elige.
II. Pecadores convertidos, que
habéis tenido la felicidad de reconciliaros con Dios, no os creáis que ya
podéis dejar de llorar vuestros pecados y cesar de sufrir para borrarlos.
Aun cuando se os hubiera revelado, como a
Magdalena, que vuestros pecados han sido perdonados, menester sería, sin embargo,
hacer como ella penitencia, todo el resto de vuestros días.
Temblad,
llorad siempre, pues no sabéis si sois dignos de odio o de amor de Dios.
Aunque no
hubierais cometido sino un solo pecado, sería suficiente como para obligaros a
llorar eternamente.
III. Almas
santas que aspiráis a la perfección, aun cuando fueseis arrebatadas todos los
días hasta el tercer cielo, como San Pablo, no os creáis por eso dispensadas de
hacer penitencia.
Vuestras
contemplaciones haríanse sospechosas, si no van acompañadas del amor a los
sufrimientos.
Si amáis
sólidamente a Jesús, querréis asemejaros a Él sufriendo con Él.
Tendréis
motivo para esperar la gloria de Jesucristo, si participáis en los dolores de
su pasión.
ORACIÓN:
Os suplicamos,
oh Dios omnipotente, que hagáis que por la intercesión del bienaventurado
Arcadio, vuestro mártir, cuyo nacimiento al cielo celebramos, seamos
fortificados en el amor de vuestro Nombre. Por J. C. N. S. Amén.
SANTOS DEL DÍA DE HOY 12 DE ENERO
En Roma, santa
Taciana, Mártir, la cual, imperando Alejandro, despedazada con garfios y peines
acerados, expuesta a las fieras, y echada al fuego, pero quedando ilesa,
finalmente pasada a cuchillo, voló al cielo.
En
Constantinopla, los santos Tigrio, Presbítero, y Eutropio, Lector, los cuales,
en tiempo del Emperador Arcadio, calumniosamente acusados de haber incendiado
la Iglesia principal y la curia del Senado, para vengar el destierro de san
Juan Crisóstomo, padecieron el martirio por orden de Optato, Prefecto de la
ciudad, que adoraba a los falsos dioses y aborrecía la religión Cristiana.
En Acaya, san
Sátiro, Mártir, que al pasar por delante de un ídolo, de un soplo y signándose
en la frente, al punto lo derribó en tierra; por lo cual fue degollado.
El mismo día,
san Arcadio, Mártir, esclarecido en linaje y milagros.
En África, los
santos Mártires Zótico, Rogato, Modesto, Cástulo y las coronas de cuarenta
soldados.
En Tívoli, san
Zótico, Mártir.
En Efeso, el
suplicio de cuarenta y dos santos Monjes, que por el culto de las sagradas
imágenes, en tiempo de Constantino Coprónimo, cruelísimamente atormentados,
consumaron el martirio.
En Ravena, san
Juan, Obispo y Confesor.
En Verona, san
Probo, Obispo.
En Inglaterra,
san Benito, Abad y Confesor.
Y en otras
partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.
R. Deo
Gratias.
SAN ARCADIO,
Mártir
12 de enero.
† martirizado
hacia el año 302 en Cesarea
San
Arcadio se retiró a la soledad durante la persecución, mas no lo hizo sino para
adquirir en ella fuerzas a fin de combatir con mayor coraje.
Presentose
al tirano. Fue cortado en pedazos, pero los suplicios le resultaron dulces,
porque lo hacían semejante a Jesucristo en la tierra, y le aseguraban su dicha
en el cielo.
El relato de
su martirio parece basarse en un sermón de San Zenón de Verona (12 de abril).
Este nos cuenta que, estando candente en Acaya, al sur de la península itálica,
la persecución contra los cristianos, uno de ellos llamado Arcadio, se retiró a
la soledad.
Como era un
cristiano prominente, cuando le fueron a atrapar, los soldados capturaron a un
pariente suyo, al que atormentaron para que revelara el sitio en el que Arcadio
se había escondido. Al saberlo el santo, él mismo dejó su soledad para
presentarse ante el Gobernador de Acaya, quien lo envió al juez,
desarrollándose este diálogo:
Arcadio:
-"Si es por mi causa que tienes preso a mi
pariente, haz que se le de libertad, pues es inocente: yo mismo vengo a darte
noticia del lugar de mi morada, que él jamás supo, y además a responder otras
cosas que quieras saber de mi persona".
Juez:
-"Quiero perdonarle de buena gana el secreto que
me ha guardado de tu fuga: no tiene que temer. Pero ha de ser con la condición
que desde esta tarde sacrificarás a los dioses".
Arcadio:
-"¿Qué es lo que te atreves a proponerme? ¿Conoces
a los cristianos, y te parece que el temor de la muerte será capaz de hacerlos
faltar a su obligación? Como si ignorásemos nosotros esta expresión del
apóstol: 'Jesucristo es mi vida, y la muerte es para mí una ganancia'. Inventa
el suplicio que quieras: no des oídos mas que a tu furor: obedece a todo cuanto
te inspire, y verás si es fácil hacerme renunciar a mi Dios".
Entonces
Arcadio fue condenado a padecer diversos tormentos: azotes con plomadas, los
garfios de hierro, estiramientos en el potro, despellejamiento, pero nada logra
hacer que el santo reniegue de Cristo. Así, el Juez mandó que fuera desmembrado
poco a poco, comenzando por los dedos, las extremidades, para que viviendo
fuera sufriendo hasta morir. Mientras duró su suplicio y Arcadio tuvo vida, no
cesó de alabar a Dios, pues los verdugos no le cortaron la lengua. Confesaba el
santo que solo había un Dios, que adorar a los ídolos era adorar a los diablos.
Tendido en el
suelo le cortaron los brazos y piernas, en tres partes, le estiraron y zafaron
las caderas.
Cuando ya no
era sino un tronco con cabeza, viendo sus miembros esparcidos delante suyo,
Arcadio exclamó: -"¡Dichosos miembros que han tenido la dicha de
servir a Dios: jamás les quise tanto cuando estaba unidos a mi cuerpo, como les
quiero ahora estando cortados. De mucho nos sirve estar separados, para ser
reunidos en la gloria y para que de miembros mortales que son, puedan llegar a
ser algún día miembros gloriosos e inmortales. Ahora es cuando son miembros de
Jesucristo, ahora es cuando yo pertenezco verdaderamente a Jesucristo, lo que
siempre he deseado con un extremo ardor".
Y mirando a
los que contemplaban aquel atroz martirio, les dijo:
-"Y
ustedes que miran una tragedia tan sangrienta, sepan que estos tormentos que os
parecen tan horribles no son nada para quien tiene presente la inmortalidad
bienaventurada. Crean a un hombre que ya no tiene parte en esta vida: sus
dioses no son dioses, renuncien su culto vano e impío y reconozcan, en fin, que
no hay otro Dios que el que me consuela y me sostiene en el estado en que
estoy. Morir por Él es vivir, y sufrir por él es estar en delicias. El amor que
se tiene por Él jamás se entibia, jamás causa disgusto y jamás sufrirá
disminución. Por recompensa de lo poco que padezco por él, voy a recibir una
vida inmortal, y que me unirá a Él para siempre".
Y terminando
este alegato, expiró dulcemente. Su testimonio dio coraje a muchos cristianos,
que se confesaron como tales y alcanzaron también la corona martirial. Las
reliquias de todos fueron depositadas en el mismo sepulcro.
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