EN LA MEDIDA EN QUE
LA MUJER ES VERDADERA MUJER, LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD ENCAJA EN SUS VERDADERO
QUICIOS (LUGAR).
El Problema Femenino
"Uno de
los tomos de la preciosa colección de «Enseñanzas Pontificias», publicado por
los Monjes de Solesmes en 1958, tiene un nombre sorprendente: El Problema
Femenino. Aunque no nos tendría que sorprender tanto, pues en el último siglo
los Papas fueron prestando cada vez mayor atención a la crisis de la sociedad
moderna, y la mujer es el quicio en que gira toda la sociedad.
La
sociedad está en crisis, y lo está la mujer, y la declaración pública y oficial
de que la mujer está en problemas, está en que se estableció su Día. Si hubo
Día del Trabajador, fue porque los trabajadores estaban en problemas, como pasa
con el Día del Medio Ambiente y el día del Animal. Y lo mismo para el Día de la
Mujer, 8 de marzo.
Y las
cosas han empeorado tanto que el pasado 8 de marzo 2017, se sufrió el general
desconcierto de una «huelga mundial de mujeres». ¿Qué puede pasar en una
sociedad en que las mujeres entran en huelga, cómo se arregla? Todas sienten
que algo no va, que la situación las enferma, pero a la hora de diagnosticar la
enfermedad, el desconcierto es abismal.
Se reclaman los derechos de la mujer, pero por poco que se investigue se hace evidente que ya nadie sabe bien qué es la mujer, ni cuál es su lugar. Para calmar los ánimos, a un presidente se le ocurrió elogiar las virtudes domésticas de la ama de casa, y se le volvieron furiosas por su discurso machista. Se renuncia al hogar, al matrimonio, a la maternidad.
Se reclaman los derechos de la mujer, pero por poco que se investigue se hace evidente que ya nadie sabe bien qué es la mujer, ni cuál es su lugar. Para calmar los ánimos, a un presidente se le ocurrió elogiar las virtudes domésticas de la ama de casa, y se le volvieron furiosas por su discurso machista. Se renuncia al hogar, al matrimonio, a la maternidad.
Es un
hecho patente que la Iglesia restituyó a la mujer en su verdadera dignidad,
pero ahora prenden fuego delante de la Catedral. Se llega al extremo de
blasfemar contra el purísimo ideal de toda mujer, la Santísima Virgen María."
(8
de marzo 2017, las feministas argentinas aprovecharon para hacer su particular
‘aquelarre feminista”. Una, en la provincia de Tucamán, se disfrazó de Virgen María y se ‘realizó un
aborto’ mostrando un feto ensangrentado. Todo ello frente a la catedral.)
O restauramos el ideal de la mujer cristiana, o todo se acaba.
La Verdadera Belleza Femenina.
Es
verdad que, como se ve en el Génesis, la mujer fue creada por Dios para el
hombre, pero no para ser su sierva o esclava, sino como su auxiliar: «No es
bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda semejante a
él» (Gen. 2 18). En términos más precisos, no es sierva del bien personal del hombre, sino auxiliar para el bien común de la familia y de la sociedad: para que el hombre no esté solo, porque por naturaleza es social.
La mujer es el complemento del
hombre en orden a la vida temporal, es su gran bien, porque por ella el hombre
se prolonga y multiplica en la sociedad. Y por eso es su gloria y alegría. Lo
dice San Pablo, al explicar por qué la mujer debe cubrir sus cabellos en la
Iglesia: «El varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen de la gloria de
Dios, pero la mujer es gloria del varón» (I Cor. 11 7).
él» (Gen. 2 18). En términos más precisos, no es sierva del bien personal del hombre, sino auxiliar para el bien común de la familia y de la sociedad: para que el hombre no esté solo, porque por naturaleza es social.
Como
Dios todo lo hace bien, y la mujer debía ser complemento del varón en una tarea
tan grande como la transmisión de la vida y el establecimiento de la sociedad,
la hizo amable al varón: atractiva. Pero con el uso de esta palabra se produce
una nefasta confusión. Cuando se dice que la mujer es atractiva para el varón,
inmediatamente se piensa en el atractivo físico.
Pero la mujer no es un maniquí sino un ser humano, con cuerpo y alma, y con un cuerpo que debe estar subordinado al alma como lo secundario a lo principal. Dios hizo a la mujer como un complemento atractivo del varón principalmente por el alma, por lo espiritual. Y también en lo corporal, pero subordinado al espíritu, como instrumento de lo espiritual.
La verdadera belleza de la mujer no está en sus formas
femeninas, sino en sus virtudes femeninas, que son justamente el complemento de
las virtudes del varón.
Pero la mujer no es un maniquí sino un ser humano, con cuerpo y alma, y con un cuerpo que debe estar subordinado al alma como lo secundario a lo principal. Dios hizo a la mujer como un complemento atractivo del varón principalmente por el alma, por lo espiritual. Y también en lo corporal, pero subordinado al espíritu, como instrumento de lo espiritual.
El
orden virtuoso que la gracia debe ir poniendo en el hombre va de lo espiritual
a lo corporal, y de lo interior a lo exterior. Primero debe poner sabiduría y
prudencia en la inteligencia; luego justicia en la voluntad; después fortaleza
en el apetito irascible, que es como la fuente en el alma de todas las pasiones
que tienen que ver con los bienes dificultosos y los males agresivos, sobre
todo de la ira (de allí su nombre); y por último, la gracia tiene que poner
orden por la templanza en el apetito concupiscible, que es fuente de las
pasiones del amor y del odio, del deseo y del gozo.
Por eso
la última de las virtudes que se establecen en el alma es la castidad: el varón
prudente, justo y fuerte tiene que tener siempre cuidado respecto de la
castidad, porque estando seguro en las otras virtudes, no puede estarlo en ésta
hasta que no ha alcanzado una perfecta santidad.
Por eso San Pablo pone en conexión la santidad con la castidad: «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación (sexo fuera del matrimonio), que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, […] pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad» (I Tes. 4 3-7). Y recién con el reino de la castidad aparece la virtud al exterior, pues llega la obra de la santificación a su plenitud: de la castidad brota la modestia exterior, que manifiesta hacia afuera el esplendor de un alma ordenada.
Por eso San Pablo pone en conexión la santidad con la castidad: «Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación (sexo fuera del matrimonio), que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, […] pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad» (I Tes. 4 3-7). Y recién con el reino de la castidad aparece la virtud al exterior, pues llega la obra de la santificación a su plenitud: de la castidad brota la modestia exterior, que manifiesta hacia afuera el esplendor de un alma ordenada.
Ahora
bien, no hace falta demasiada penetración psicológica para saber que en el varón
predominan las pasiones propias del irascible, mientras que en la mujer las
propias del concupiscible.
El varón tiene pasiones más prontas e impetuosas, propias para el combate, y con objetos más complejos, porque el bien difícil o arduo propio de estas pasiones es como un bien envuelto de mal, de la dificultad de alcanzarlo. En cambio en la mujer predominan los afectos más simples del concupiscible, el amor y el odio. Por eso –digámoslo– la mujer es un pésimo enemigo.
Porque el varón puede combatir a su enemigo, herirlo y hasta matarlo, y sin embargo distingue su valor, e inmediatamente después del combate puede brindar con su adversario –si sigue vivo– con leal amistad de la paz. En cambio la mujer no siente tanto ira con sus enemigos, sino odio, que es muy distinto: o ama u odia, todo o nada, no anda con distinciones. Con ella la guerra –si la declara– es siempre de exterminio: no termina hasta que no desapareció el enemigo.
En los conflictos matrimoniales, el esposo ve en la mujer un adversario con el que luchar para pactar la paz; en cambio la mujer ve en el esposo el mal, y es verdad que no cabe pactar con el mal, sino sólo quitarlo de la propia vida.
El varón tiene pasiones más prontas e impetuosas, propias para el combate, y con objetos más complejos, porque el bien difícil o arduo propio de estas pasiones es como un bien envuelto de mal, de la dificultad de alcanzarlo. En cambio en la mujer predominan los afectos más simples del concupiscible, el amor y el odio. Por eso –digámoslo– la mujer es un pésimo enemigo.
Porque el varón puede combatir a su enemigo, herirlo y hasta matarlo, y sin embargo distingue su valor, e inmediatamente después del combate puede brindar con su adversario –si sigue vivo– con leal amistad de la paz. En cambio la mujer no siente tanto ira con sus enemigos, sino odio, que es muy distinto: o ama u odia, todo o nada, no anda con distinciones. Con ella la guerra –si la declara– es siempre de exterminio: no termina hasta que no desapareció el enemigo.
En los conflictos matrimoniales, el esposo ve en la mujer un adversario con el que luchar para pactar la paz; en cambio la mujer ve en el esposo el mal, y es verdad que no cabe pactar con el mal, sino sólo quitarlo de la propia vida.
Pero si
el varón entiende la ira y más fácilmente adquiere las virtudes que tienen que
ver con la fortaleza, la mujer entiende el amor y tiene como una facilidad
natural para las virtudes que lo moderan, en especial la castidad. Y estas
virtudes son las últimas, las que se manifiestan más hacia afuera, las que
vuelven espiritualmente hermosa a la persona, como la modestia o fineza
exterior.
Por eso la fisonomía espiritual de una buena mujer es más manifiesta y más hermosa que la del buen varón.
Tiene más hermosa apariencia una virtuosa madre de familia, refugio de los afligidos, que un virtuoso militar que le parte la cabeza a los enemigos de la Iglesia. La belleza de la mujer está, pues, en su facilidad para adquirir las virtudes dependientes de la templanza, como la mansedumbre y la humildad, pero principalmente la más exigente de todas: la castidad.
Por eso la Mujer por excelencia tiene como nombre propio la Virgen, y siempre había sido la castidad el ornamento más hermoso de la mujer cristiana, sinónimo de su belleza.
Por eso la fisonomía espiritual de una buena mujer es más manifiesta y más hermosa que la del buen varón.
Tiene más hermosa apariencia una virtuosa madre de familia, refugio de los afligidos, que un virtuoso militar que le parte la cabeza a los enemigos de la Iglesia. La belleza de la mujer está, pues, en su facilidad para adquirir las virtudes dependientes de la templanza, como la mansedumbre y la humildad, pero principalmente la más exigente de todas: la castidad.
Por eso la Mujer por excelencia tiene como nombre propio la Virgen, y siempre había sido la castidad el ornamento más hermoso de la mujer cristiana, sinónimo de su belleza.
Y para
todo aquel que aún guarda un poco de sentido común, es evidente que las
virtudes femeninas son justamente el complemento y auxilio de las del varón,
porque por el carácter impetuoso de las pasiones del varón, hecho para la
guerra, la castidad se le hace muy problemática, y es la mujer la que lo
contiene y modera, la que le comunica este complemento de las virtudes bellas,
ayudándolo a ser casto, y más manso y humilde de corazón.
La castidad de la familia cristiana, y por lo
tanto la santidad, dependen muy especialmente de la buena mujer. Ella debe ser
el muro de contención que conserva en la pureza al esposo y a los hijos, la que
amansa el ejercicio de la autoridad del padre de familia, y la que conserva en
la obediencia al resto de la familia.
Por eso, en la medida en que la mujer es verdadera mujer, la familia y la sociedad encaja en sus verdaderos quicios, y se alcanza la felicidad temporal, que proviene de un orden pleno.
La buena mujer es causa de la alegría familiar y social, como la Santísima Virgen es causa de la alegría de toda la Iglesia.
Y si hoy la sociedad se hunde en la depresión y en la tristeza, es porque la mujer tiene un problema.
Por eso, en la medida en que la mujer es verdadera mujer, la familia y la sociedad encaja en sus verdaderos quicios, y se alcanza la felicidad temporal, que proviene de un orden pleno.
La buena mujer es causa de la alegría familiar y social, como la Santísima Virgen es causa de la alegría de toda la Iglesia.
Y si hoy la sociedad se hunde en la depresión y en la tristeza, es porque la mujer tiene un problema.
El problema de la Mujer
Moderna.
La
mujer entra en problemas cuando deja de entender que lo propio de ella es ser
espiritualmente atractiva, lo que se da especialmente por la castidad, y quiere
ser atractiva por lo corporal. Cuando –como le fue pasando cada vez más a la
mujer moderna– su ideal ya no es la mujer pura sino la mujer sexy, entra en una
espiral viciosa que pasa del deseo a la exasperación, y de allí a la violación
de la naturaleza y autodestrucción de la sociedad.
Cuando
el hombre ama a su mujer por su honestidad cristiana, todas las demás
dimensiones se subliman y dignifican: los sentimientos se hacen más estables y
delicados; aun si no fuera linda se vuelve bella, porque la fisonomía
transparenta las profundidades del alma; y la misma sexualidad adquiere su
verdadera dimensión humana y cristiana, pues es unión de cuerpos y de almas.
Esta mujer no sufre celos ni se angustia porque pase el tiempo.
La
mujer que atrapa al varón por la atracción física prepara su desgracia, porque
todas sus dimensiones se carnalizan. No importa que sea dulce, sino sugestiva;
la honestidad pasa a ser bobería.
La mujer sexy es una mujer invertida; tan es así que ya ni el rostro es lo que se le mira.
Es una mujer que no domina su vida, porque la virtud se adquiere por el mérito de la buena voluntad, mientras que la forma física depende del puro azar, y ante el paso del tiempo aquélla permanece y crece, mientras que ésta muy pronto se desvanece.
La mujer sexy es una mujer invertida; tan es así que ya ni el rostro es lo que se le mira.
Es una mujer que no domina su vida, porque la virtud se adquiere por el mérito de la buena voluntad, mientras que la forma física depende del puro azar, y ante el paso del tiempo aquélla permanece y crece, mientras que ésta muy pronto se desvanece.
Es
cierto que la mujer sexy despierta inmediatamente la atención de todos,
mientras que la mujer pura tarda en conquistar el interés de uno, porque
aquella es mercadería en vidriera, mientras que ésta es tesoro escondido. Pero
la relación con el varón la ofende, porque la pasión, divorciada del atractivo
espiritual, se vuelve egoísta y despreciativa.
Y es así como comienza el conflicto: para manejar al varón, esta mujer sólo cuenta con el acelerador del deseo para atraerlo, y con el freno de sus resistencias para lograr el respeto.
Pero en lugar de amansar al varón, como le pasa a la mujer pura, lo exaspera, pues se le vuelve el más arduo de los bienes y el más agresivo de los males.
Y es así como comienza el conflicto: para manejar al varón, esta mujer sólo cuenta con el acelerador del deseo para atraerlo, y con el freno de sus resistencias para lograr el respeto.
Pero en lugar de amansar al varón, como le pasa a la mujer pura, lo exaspera, pues se le vuelve el más arduo de los bienes y el más agresivo de los males.
El
gravísimo problema está en que ya no se trata de la conducta personal de
algunas o muchas mujeres, sino de todo una subversión social que se ha
transformado en legislación internacional. La mujer tiene derecho a
introducirse y mezclarse en todas partes, y mostrarse como quiera; su imagen
provocativa todo lo invade, multiplicada por millones de pantallones y
pantallitas. Y ¡ay de aquel varón que ose propasarse!
Hoy ya no hace falta ser profeta para señalar cuáles son las vertientes que se originan: o el hombre se enloquece de ira, o renuncia a su hombría.
Hoy ya no hace falta ser profeta para señalar cuáles son las vertientes que se originan: o el hombre se enloquece de ira, o renuncia a su hombría.
Femicidio o afeminamiento, ¿qué
puede haber de más destructivo para una sociedad?
Restaurar la Mujer
en Cristo.
«No es
bueno que el hombre esté solo». No era bueno que Adán estuviera solo, y se le
dio como auxiliar a Eva. Pero la Serpiente la sedujo y por ella envenenó a
Adán, y Satanás sigue siempre la misma estrategia. Mas tampoco era bueno que
Jesucristo estuviera solo, y se le dio como auxiliar a María, que aplastó la
cabeza de Satanás. Por Ella Nuestro Señor restauró su Iglesia, y Jesucristo
también sigue siempre la misma estrategia.
La restauración de la sociedad cristiana pasa muy especialmente por la restauración de la mujer.
La restauración de la sociedad cristiana pasa muy especialmente por la restauración de la mujer.
Que nuestras mujeres no se dejen seducir por el falso ideal de la mujer moderna, que ya vemos cómo arrastra la sociedad a un pozo sin salida. «Engañosa es la gracia, fugaz la belleza; la mujer que teme a Dios, ésa es de alabar»
(Prov. 31 30).
La Mujer ideal es la Santísima Virgen. Así llama siempre Nuestro Señor a su Madre en los Evangelios: Mujer. Imiten a la Santísima Virgen, sean femeninas a su manera.
Se le
hace muy difícil a una jovencita cultivar ese ideal cuando no lo ve de cerca,
ni siente que nadie lo aprecie. Pero si nuestras jóvenes comienzan a conocer
verdaderas mujeres cristianas, mujeres fuertes, mucho más femeninas y más
amadas, entonces se animarán a imitarlas. Y si tenemos verdaderas mujeres,
tendremos verdaderos varones, y habrá familias y habrá sacerdotes.
Para restaurar todas las cosas en Cristo hay que empezar por la mujer.
Para restaurar todas las cosas en Cristo hay que empezar por la mujer.
Tomado de Hojitas de Fe, nº 189, Seminario Internacional Nuestra
Señora Corredentora.
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