EL PECADO CONTRA EL ESPIRITU SANTO:
“Aquél que blasfeme
contra el Espíritu Santo, nunca tendrá perdón eterno y será culpable de un
pecado eterno”. (Mc.3, 29)
La
misericordia de Dios no conoce límites, pero cualquier persona que
deliberadamente se niega a aceptar el arrepentimiento, a rechazar el perdón de
sus pecados y la salvación ofrecida por el espíritu santo. Esta actitud de
“endurecimiento” puede conducir a la condenación eterna y la destrucción final.
Los pecados contra el
Espíritu Santo son seis
1.
Desesperación de la Salvación.
2. Presunción de salvarse sin
merecimientos.
3. Impugnar (atacar, negar) la
verdad conociéndola.
4. Tener envidia o pesadumbre
de la gracia ajena.
5. Obstinación en el pecado.
6. Impenitencia final.
Y se llaman estos pecados particularmente
pecados contra el Espíritu Santo, porque se cometen por pura malicia, lo que es
contrario a la bondad que se atribuye al Espíritu Santo.
Uno de ellos es el pecado
de la envidia, pesadumbre de la gracia ajena.
Dice santo Tomás de Aquino:
“Los dones de Dios que nos apartan del pecado son dos. Uno de ellos, el
conocimiento de la verdad, y contra él
se señala la impugnación a la verdad conocida, hecho que sucede cuando alguien
impugna la verdad de fe conocida para pecar con mayor libertad. El otro, el
auxilio de la gracia interior, al que se pone la envidia de la gracia fraterna,
envidiando no solo el hermano en su persona, sino también el crecimiento de la
gracia de Dios en el mundo”. Posiciones de alma, que una vez más, implican
evidentemente cierta malicia.
Mt 12,32:
Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará en este mundo ni en el otro.
. .
. . .
"LA ENVIDIA: EL PECADO MÁS DIABÓLICO"
¿SABE USTED CUÁL ES EL PECADO
DIABÓLICO POR EXCELENCIA?
"ASÍ LLAMA SAN AGUSTÍN A LA
ENVIDIA: PECADO DIABÓLICO POR EXCELENCIA.
San Gregorio Magno afirmaba
que de la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría
causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por la prosperidad del
prójimo.
No es de extrañar que San
Pablo dijera que «la caridad no es envidiosa» (1 Cor 13, 4).
La envidia puede cegar a la
persona hasta el punto de que realice las mayores monstruosidades.
El primer abuso humano que
describe la Biblia es consecuencia de la envidia. Así de sencilla y emotiva es
la descripción del libro sagrado del Génesis. Caín presentó a Yahvé una ofrenda
de los frutos de la tierra, también Abel le hizo una ofrenda sacrificando los
primeros nacidos de su rebaño. A Yahvé le agradó Abel y su ofrenda, mientras
que le desagradó Caín y la suya. Caín se enojó mucho y su rostro se
descompuso."
Yahvé le dijo: ¿Por qué te enojas y vas con
la cabeza agachada? Si tú obraras bien, irías con la cabeza levantada. En
cambio si haces mal, el pecado está agazapado a las puertas de tu casa. Él te
asecha como fiera que te persigue, pero tú debes dominarlo.
Caín dijo a su hermano: «Vamos al campo». Y cuando estuvieron en el
campo, Caín se lanzó contra Abel y lo mató.
Dios prefiere a Abel por su
bondad, por su rectitud, por su búsqueda de Dios. En cambio no mira con buenos
ojos a Caín por su conducta reprensible, por su mal corazón. Es sólo la
envidia, al ver preferido por Dios a su hermano, la que mueve la mano de Caín,
criminal para eliminar a su inocente hermano.
Dios trata de enderezar al desesperado Caín,
le pide cuentas de su mala acción, a fin de que la repudie y pida perdón. Caín
no comprende la bondad de Dios y se imagina que su culpa es demasiado grande y
no será perdonada.
Piensa en huir, en huir de
Dios mismo, en huir caminando siempre errante, en huir sin domicilio apetecido,
pero Dios le participa que no permitirá que nadie le castigue a causa de su
pecado, que es el gran temor de Caín. Dios le promete: nadie te matará, «si alguien
te matare yo te vengaré 7 veces».
El primer crimen que mancha la historia de la
humanidad es consecuencia de la envidia entre hermanos. Se repetirá la historia
millones de veces. Los celos son asesinos«por la envidia del diablo entró la muerte al
mundo»
El pecado de la envidia
destruye la paz del alma y hace del envidioso alguien absolutamente miserable.
Cuán infeliz debe haberse sentido Saúl por la popularidad de David (1 Sam 18, 8-9). Ajab no pudo hallar
descanso sino hasta que poseyó el viñedo de Nabot (1R 21, 4ss). El hijo mayor, el «hijo
bueno» se irritó ante el regreso de su hermano pródigo (Lc 15, 28). Los trabajadores de la viña
reclamaron porque los últimos trabajadores recibieran tanto como los primeros (Mt 20, 12).
SAÚL INTENTA MATAR A DAVID
La envidia es la impronta
del perdedor, un mecanismo de defensa que usamos para evitar el hecho de que no
somos el número uno. La virtud del otro, irrita al envidioso, el éxito del otro
y la alabanza al otro lo enferman.
Pero ojo, la
envidia no se da solamente en ambientes paganos. Puntualiza el Manual de la
Legión de María al tratar de las relaciones de los socios entre sí:
La envidia de suyo, raras veces es
cosa pequeña: es indicio de un corazón amargado; envenena las relaciones
humanas dondequiera que penetra. En el malicioso se convierte en una fuerza
destructiva, capaz de llegar a los mayores excesos. Pero también tienta al
corazón generoso y limpio, precisamente en lo que éste tiene de más sensible y
afectuoso.
Frank Duff (fundador de la Legión de María)
Cuando Frank Duff
creó la Legión de María, cada uno de los pasos que fue dando, estuvieron
marcados por la cruz de la envidia. Resulta impresionante
conocer detalles de su lucha «civilizada, pacífica y paciente». Tropezó con un
sinfín de maniobras tendientes a neutralizar el apoyo clerical al movimiento. «Particularmente
hubo una Orden en la Iglesia, que luchó durante años contra la Legión con todas
sus fuerzas». Duff, insertó en las Constituciones de la asociación esta
advertencia:
Recordemos siempre que la obra del
Señor, llevará el signo distintivo del mismo Jesucristo: la cruz. Toda obra que
no lleve la huella de la cruz, difícilmente podrá acreditarse de obra
sobrenatural, y nunca será verdaderamente fructuosa.
Será el deseo de la
felicidad que poseen los demás, la causa de que se proyecten y se realicen los
más sañudos crímenes. La envidia es ciega y no permite que se vean las
consecuencias de los pensamientos que origina.
Frank Duff, legión de María
Caín es el primero, pero
pasarán legiones de envidiosos provocando monstruosos hechos de sangre, sin embargo ninguno de
nosotros querrá admitir que fue la envidia la causa de su desvarío, y tratará
de buscar inútilmente una causa inexistente siquiera para justificarse ante sí
mismo.
La envidia puede destruir
la paz de una familia, la buena fama del prójimo, la felicidad de las personas,
truncar una vocación, impedir el desarrollo de un grupo eclesial, la santidad
del prójimo.”
- - - -
Entristecerse de la
santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que
concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los
pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la
virtud y santidad de los justos.
*****
NO PODÍAN
SUFRIR A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Hubo San José de morir antes que Jesús pues no
hubiera podido sufrir la crucifixión del Señor: era demasiado débil y amante.
Padecimientos grandes
fueron ya para él las persecuciones que entre los veinte y treinta años tuvo
que soportar el Salvador, por toda suerte de maquinaciones de parte de los
judíos, los cuales no lo podían sufrir: decían que el hijo del carpintero
quería saberlo todo mejor y estaban llenos de envidia, porque impugnaba muchas
veces la doctrina de los fariseos y tenía siempre en torno de Sí a numerosos
jóvenes que le seguían.
María sufrió infinitamente
con estas persecuciones.
A mí siempre me parecieron
mayores estas penas que los martirios efectivos.
Indescriptible es el amor
con que Jesús soportó en su juventud las persecuciones y los ardides de los
judíos.
Visiones de la Beata Ana Catalina
Emmerich, Monja Agustina Estigmatizada (que tiene las llagas físicas de
Cristo).
Capítulo XCVI, Libro II
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ANTES SE ADMIRABA LO BELLO, EL TALENTO, LAS VIRTUDES, AHORA NO, AHORA LO
FEO, LO NACO Y VULGAR ES LO QUE TRIUNFA, PERO ¿A QUÉ SE DEBE ESTO?
LA ENVIDIA LLEVA AL DESEO
DE LA IGUALDAD ABSOLUTA
Los hombres son todos
iguales por naturaleza y diferentes solamente en sus accidentes. Los derechos
que provienen del simple hecho de ser hombres, son iguales para todos: derecho
a la vida, al honor, a condiciones de existencias suficientes y, por tanto, al
trabajo, a la propiedad y a la práctica de la verdadera religión, etc. Las
desigualdades que violan estos derechos se yerguen contra el orden instaurado
por la Providencia. [1]
Sin embargo, si ellas
respetan estos límites, las desigualdades provenientes de accidentes como la
virtud, el talento, la belleza, la fuerza, la familia, la tradición, etc., son
justas y conformes al orden del universo.[2]
El alma generosa, cuando se
encuentra ante cualquier superioridad “superioridad de edad, de talento, de
educación, de instrucción, de inteligencia, de encanto, sobre todo de virtud”
se alegra, porque ama la jerarquía, el orden y el respeto; ama venerar, rendir
homenaje; tiene consideración por lo que es más que ella, admira, quiere el
bien, ella desea servir y conservar porque ve en cada desigualdad legítima un
grado más, que la ayuda a conocer a Dios.
Es esta posición de alma
que lleva a admirar los objetos más bonitos, los de mayor valor artístico,
porque son superiores a lo común y, todo aquello que es superior, merece
admiración.
Cuando el
revolucionario ve una superioridad, se llena de envidia, no admira, detesta y
trata de derribar.
él no puede soportar que
los otros sean más que él. tiene un alma tapiada, cerrada, obstruida, ciega a
lo que es superior.
uno es “hijo de la luz” y
el otro “hijo de las tinieblas”.
Cuando un alma admira, se ilumina
y se llena de alegría.
Cuando un alma se llena de
envidia, se torna amarga, propensa a la indignación, triste y ensombrecida;
nada le es suficiente y ella quiere quitar a los demás lo que tienen.
La envidia lleva al deseo
de la igualdad absoluta
El mundo de hoy se
caracteriza por una rebelión continua de lo que es menos contra aquello que es
más; por el rechazo del homenaje debido a quien es más, comenzando por Dios,
por una rebelión contra todas las desigualdades más razonables.[3]
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[1] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira,
Révolution et Contre-Révolution, TFP, Paris, 1997, p.63.
[2] Cf. Papa Pio XII, Mensaje de Navidad,
1944, Discorsi e Radiomessaggi, vol.VI, p. 239.
[3] Societé française pour la défense de la
Tradition, Famille et Propriété Le double-jeu du socialisme français, TFP,
Paris, 2002, p.21
LETANÍA DE LA
HUMILDAD
Su Eminencia, Cardenal Rafael Merry del Val,
Secretario de Estado del papa san Pío X, acostumbraba rezár ésta
letanía diariamente, después de celebrar la Santa Misa.
“Dios mío,
no soy más que ceniza y polvo”
¡Oh
Jesús! Manso y Humilde de Corazón, - escúchame.
LETANÍA
DE LA HUMILDAD
(Después de
cada frase decir: Líbrame, Jesús)
Del deseo de ser estimado,
Del deseo de ser amado,
Del deseo de ser ensalzado,
Del deseo de ser honrado,
Del deseo de ser alabado,
Del deseo de ser preferido,
Del deseo de ser consultado,
Del deseo de ser aprobado,
Del temor de ser humillado,
Del temor de ser despreciado,
Del temor de ser reprendido,
Del temor de ser calumniado,
Del temor de ser olvidado,
Del temor de ser ridiculizado,
Del temor de la injusticia,
Del temor de ser sospechado,
Que los demás séan más amados que yo,
Que los demas séan más estimados que yo,
Que en la opinión del mundo otros sean
engrandecidos y yo humillado,
Que los demás sean preferidos y yo abandonado,
Que los demás séan alabados y yo menospreciado.
Que los demás séan elegidos en vez de mí en
todo,
Que los demás séan más santos que yo, siendo que yo me
santifíque debídamente, Jesús concédeme la gracia de desearlo.
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la
muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo
y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para
que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos
ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
Imprimátur: + James A
McNulty, Obispo de Paterson,N.J.
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