Los padres deberán prestar
cuentas a Dios
por cada hijo que se pierda por su negligencia.
por cada hijo que se pierda por su negligencia.
Los padres que
se ocupen en educar bien a sus hijos no serán confundidos, en el juicio
particular y en el juicio universal. Triste, no obstante, será el juicio de
padres apenas empeñados en gozar la vida y despreocupados de la educación de su
prole.
San Alfonso María de Ligorio
(1696-1787) el insigne maestro de la Teología Moral enseña acerca de los
deberes de los padres con relación a sus hijos.
Teniendo en vista la intensa y
creciente oposición a las enseñanzas de la Santa Iglesia observada en nuestros
días, es nuestro deber propagar la moral católica tradicional.
En ese
sentido, es notorio el conflicto entre dos categorías de personas: los que
desean formar acertadamente a sus familias de acuerdo con esas enseñanzas
tradicionales; y aquellos que, debido a las influencias del neopaganismo actual
—como las provenientes de la televisión, que invade incontables hogares con
telenovelas y otros programas de tenor anticatólico—, tratan de adaptarse a las
máximas de la mentalidad moderna.
En su obra Revolución y Contra-Revolución, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira denuncia claramente tal
objetivo de la Revolución, multisecular proceso que viene destruyendo la
civilización cristiana. Así, en el capítulo 7 (Primera Parte, n. 3, f) declara: “Entre los grupos intermedios que
serán abolidos, ocupa el primer lugar la familia. Mientras no consigue extinguirla,
la Revolución procura reducirla, mutilarla y vilipendiarla de todos los modos”.
Sor Lucía, vidente de la Virgen de Fátima
Como poderoso auxilio para los padres de familia,
transcribimos algunos principios que el gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso
María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, proclamó en sus sermones:
Cuando Dios bendice a los padres dándoles hijos, lo que Él
tiene en vista no es la ventaja de la casa; sino que los hijos sean educados en
el santo temor y formados para la salvación eterna. De ahí estas palabras de
San Juan Crisóstomo: “Miremos a los hijos como precioso depósito, velemos por
ellos con toda la solicitud posible”. Si los hijos fuesen un don ofrecido
apenas a los padres, estos podrían disponer de ellos como quisiesen; pero como
son un simple depósito, los padres deberán prestar cuentas a Dios por cada hijo
que se pierda por su negligencia.
CONSECUENCIAS DE UNA BUENA O MALA
FORMACIÓN
A fin
de que comprendamos que viviendo según la voluntad de Dios los padres atraen
las bendiciones celestiales sobre ellos y sobre toda la casa, la Sagrada
Escritura dice:
“Así serán felices, tú y tus hijos después de ti, porque habrás realizado lo
que es bueno y recto a los ojos del Señor, tu Dios” (Deut. 12, 25).
Quien quiera saber si la conducta de un padre de familia es buena o mala, examine la conducta del hijo.
Por los
hijos que blasfeman, que dicen palabras impuras o roban, se puede advertir los
vicios del padre. Pues, dice el Eclesiástico, “Un hombre se conoce por los hijos
que deja” (Eclo. 11, 30).
RESPONSABILIDAD
DE LOS PADRES
Tranquila y feliz será la muerte de
los padres y madres de familia que forman a sus hijos en la vida cristiana. “Mientras viva, se alegrará de verlo, y a su muerte,
no sentirá ningún pesar” (Eclo. 30, 5). Y dice San Pablo: “se salvará por su maternidad mientras persevere con
modestia en la fe, en la caridad y en la santidad” (1 Tim. 2, 15). Gracias a
la buena educación que les habrán dado.
Al contrario, muy triste y hasta desesperada, será la muerte de aquellos padres
que únicamente se preocupan en aumentar la fortuna y el brillo de su casa, para
gozar la vida, sin preocuparse en lo más mínimo en educar a sus hijos.
“Si alguien —dice aún San Pablo— no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (1 Tim. 5, 8).
“Si alguien —dice aún San Pablo— no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (1 Tim. 5, 8).
¡Si al menos ciertos padres cuidasen
de sus hijos tanto cuanto de sus animales! ¡Cuánta solicitud para que nada les
falte! ¡Qué atención para que la comida les sea dada a su tiempo! Y, con la
atención enteramente puesta en ello, no se preocupan si sus hijos conocen o no
el catecismo, si asisten a misa y se confiesan.
“¡Sí —lamenta San Juan Crisóstomo—, caballos y bueyes les toman más el corazón que los propios hijos!”
“¡Sí —lamenta San Juan Crisóstomo—, caballos y bueyes les toman más el corazón que los propios hijos!”
CONSECUENCIAS DE LA NEGLIGENCIA DE LOS PADRES
Para los
hijos, cuando aún son niños, es fácil adquirir buenos hábitos, es difícil al
hombre maduro corregirse de los malos hábitos contraídos en la mocedad.
Es una gran
desgracia para los hijos tener malos padres, no sólo incapaces de educarlos,
sino, peor aún, indiferentes a sus conductas: que ven a sus hijos en malas
compañías, discutiendo, divirtiéndose con amistades sórdidas, y, en vez de
reprenderlos y castigarlos, los excusan diciendo: “No se puede hacer nada, son
cosas de la juventud”. ¡Bella máxima… bella educación…!
Así como para
los hijos, cuando aún son niños, es fácil adquirir buenos hábitos, es difícil
al hombre maduro corregirse de los malos hábitos contraídos en la mocedad.
Pasaremos al
segundo punto, y yo os suplico, padres y madres de familia, que retengáis bien
esto que os diré sobre la manera de educar bien a vuestros hijos.
LA DISCIPLINA COMPRENDE LA ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN Y DE LA MORAL
¿En qué
consiste precisamente la buena educación de los hijos? San Pablo lo dice
claramente en dos palabras: “Educad a vuestros hijos en la disciplina y en la corrección
del Señor” (Ef.6,4).
En primer lugar, por disciplina, es
necesario comprender todo lo que los padres deben hacer para formar a los hijos
en las buenas costumbres. Consiste en instruirlos y darles buen ejemplo.
Que los padres tengan ante todo el
deber de enseñar a los hijos el temor de Dios y la fuga del pecado. Así hacía
el justo Tobías con relación a su hijo. En efecto, leemos en la Sagrada
Escritura: “Al
cual enseñó desde la infancia a temer a Dios y abstenerse de todo pecado” (Tob. 1, 10).
¡Qué consolaciones y qué alegrías el
Cielo reserva en recompensa por la solicitud de los padres cristianos! Sí, dice
el Sabio: “Corrige
a tu hijo, y él te dará tranquilidad y colmará tu alma de delicias” (Prov. 29, 17).
Pero, si el hijo bien instruido es la alegría de sus padres, los hijos ignorantes los llenan de tristezas; pues, ignorar las reglas de la vida cristiana y comportarse mal, es una sola cosa.
Pero, si el hijo bien instruido es la alegría de sus padres, los hijos ignorantes los llenan de tristezas; pues, ignorar las reglas de la vida cristiana y comportarse mal, es una sola cosa.
Cuenta el
monje dominico Tomás de Cantimpré, Hagiógrafo, escritor y filósofo, alumno de
San Alberto Magno, que,
en 1248, un sacerdote fue encargado de hacer un discurso al clero de París
reunido en sínodo. Este sacerdote era muy ignorante y, estando en la presencia
de su auditorio, se confundió completamente. Entonces el demonio vino en su
ayuda y le sugirió que pronunciase las siguientes palabras: “Los príncipes de las tinieblas saludan a los
príncipes de la iglesia, y les agradecemos vivamente por la negligencia en
instruir al pueblo. Pues, las almas estancadas en la ignorancia, siguen el
camino del mal y llegan al infierno”. Semejante
lenguaje bien se podría dirigir a ciertos padres de familia.
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* Sermons de S. Alphonse de Liguori, Analyses, commentaires, exposé
du système de sa prédication, par le R. P. Basile Braeckman, de la Congrégation
du T. S. Rédempteur, Tome Second, Jules de Meester-Imprimeur-Éditeur, Roulers,
pp. 464-47.
Acción Familia
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